Teoría de la historia

Universidad Nacional de General Sarmiento. Instituto de Ciencias. Área de Historia. Director del área de investigación "Poéticas de la historiografía". BUENOS AIRES ❖ ARGENTINA

✍ Trilogía de Eric Hobsbawm. Historia del mundo contemporáneo [2012]

trilogia-hobsbawm_9788498925005La reedición de la trilogía integrada por «La era de la revolución», «La era del capital» y «La era del imperio», que abarca la historia del mundo contemporáneo desde la Revolución Francesa (1789) hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, permite rastrear el legado del historiador Eric Hobsbawm. El proceso de resignificación del pensamiento de este historiador inglés, considerado como uno de los pensadores más influyentes de Europa, fue puesto en marcha por el sello Crítica. En los tres volúmenes que integran su lectura del período que va desde fines del siglo XVIII a comienzos del siglo XX, Hobsbawm desmenuza un entramado complejo que abarca desde los acontecimientos políticos y los avances económicos hasta el desarrollo de la ciencia y el arte, a través de cuestiones como la formación del mundo global, las luchas obreras y la emancipación femenina. En «La era de la revolución», el ensayista plantea la teoría de la doble revolución, que identifica a la Revolución Francesa y la Revolución Industrial como la vertiente política y económica de un mismo fenómeno: el cambio brusco e inédito en la historia de la humanidad que abre las puertas del mundo contemporáneo y conduce al triunfo del capitalismo y de una clase social, la burguesía. Para analizar el lapso temporal que va desde 1789 a 1848, Hobsbawm tiene en cuenta los límites temporales de ambas revoluciones: el autor considera que el primer despegue del gran desarrollo industrial británico comienza en la década de 1780 y concluye con la primera de las crisis del capitalismo, en 1848. El ensayista precisa que la Revolución Francesa de 1789 inaugura un ciclo revolucionario en el que pueblo y burguesía forman coalición frente al tradicional poder de la aristocracia, aventura que culmina con las revoluciones europeas de 1848, en las que la clase burguesa acabará por ignorar al incipiente proletariado y se mostrará reacia a profundizar las reformas democráticas. En el trabajo siguiente, «La era del capital», Hobsbawm documenta el ascenso del capitalismo industrial y de la cultura burguesa durante 1848 y 1875, año que marca el inicio de nuevas perspectivas y de transformaciones sociales significativas disparadas por la formación de grandes fortunas y la migración de masas empobrecidas. Finalmente, en «La era del imperio (1875-1914)», volumen que completa la trilogía, el autor de «Historia del siglo XX» estudia el período correspondiente al imperialismo desde una perspectiva marxista centrada en los fenómenos económicos propios de la coyuntura. En este caso, el autor testimonia el apogeo y de la catástrofe final de una época: la de la burguesía liberal, que creyó haber construido un mundo de progreso y paz, de grandes imperios civilizadores, de crecimiento económico continuado y estabilidad social hasta que se desató una de las guerras más cruentas en la historia universal.

[«Reeditan una trilogía de Eric Hobsbawm», in La Capital (Rosario), 10 de diciembre de 2012]

✍ La memoria saturada [2003]

libro_la-memoria-saturada-regine-robin_MLA-O-3422541097_112012Silencio. Un poco de silencio. Eso es lo que pide, lo que propone Régine Robin frente a la presencia excesiva de la memoria, que aparece como una necesidad, como un deber, como una exigencia que termina por saturar. No es fácil decirlo después de Auschwitz, de los desaparecidos durante la última dictadura en Argentina, del atentado al World Trade Center, de cada uno de los acontecimientos que marcan a la historia, especialmente a partir del siglo XX. Y claro: pedir silencio y que no se recuerde tanto todo el tiempo puede tomarse, en este contexto, como una gran provocación, o un comentario digno del mayor negacionismo, o hasta una operación de marketing. Pero no parece ser el caso de Robin, que sostiene con argumentos las consecuencias polémicas que pueden traer estas afirmaciones, esta manera de discutir acerca de la realidad y lo que cada uno elige hacer con ella. Incómodo por donde se lo mire. Robin se pregunta si acaso no estaremos entrando en un mundo sin memoria; si realmente sabemos diferenciar lo verdadero de lo falso, el original de la copia; si poseemos herramientas para hacer frente a la multiplicidad de discursos; si tenemos lugar para hacer un vacío, para instalarnos en un silencio que no sea el del simple olvido. Porque la palabra, inseparable de la memoria, no siempre alcanza, y en ocasiones podríamos llegar a sospechar que está de más. De ahí se desprende su hipótesis central, controvertida, incisiva, punzante: que hay una marcada tendencia a que la memoria, presente en exceso, pueda llegar a transformarse en otra figura del olvido. Y que ese exceso de memoria, ese afán por “conservarlo todo”, sature, invierta los signos y ponga entre paréntesis el pasado cercano sin pensarlo, criticarlo ni decantarlo. Nacida en 1939 en París, de padres polacos, Rivka Ajzersztejn cambió su nombre al de Régine Robin, que como un heterónimo de sí misma la acompaña desde hace años. En la Sorbonne se licenció en Historia y se diplomó en geografía humana. Hizo un doctorado en la Universidad de Dijón, y continuó su formación en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. En 1977 se mudó a Montreal, donde se estableció como docente de la Universidad de Quebec. Historiadora, socióloga, lingüista, traductora y novelista (porque tiene varias novelas de ficción publicadas, a veces muy experimentales), Robin ganó numerosos premios y fue nombrada miembro de la Royal Society de Canadá. Dio clases en Harvard, Nueva York, Chicago, París, Berlín, Potsdam, Jerusalén, San Pablo, Río de Janeiro y Buenos Aires. Polifacética, realizó investigaciones tan disímiles acerca de identidades múltiples, Kafka, el realismo socialista, el Yiddish, la cultura y la memoria colectiva de los judíos, análisis discursivos de lo más variados, la sociedad francesa de 1789 y las cibermigrancias. Es probable que el gran acierto de La memoria saturada (el libro acaba de ser publicado por Waldhuter Editores, aunque fue lanzado originalmente en 2003) esté en el abordaje complejo de un tema complicado, pero hecho a través de una lectura simple, clara, coloquial, abundante en anécdotas personales y ejemplos fáciles de entender. No es algo menor, si pensamos en la larga tradición de autores que se especializan en estudios culturales, de filosofía o psicoanálisis y que no poseen, particularmente, una escritura accesible para cualquiera. El ejemplo más claro tal vez sea el de Paul Ricoeur, con quien Robin dialoga permanentemente, sobre todo con la aparición de esa obra tan monumental como difícil de digerir que el francés escribió a los 87 años: La memoria, la historia y el olvido. Su influencia no es la única que se percibe en el libro, en el que, directa o indirectamente, aparecen referencias, guiños y discusiones que hacen alusión a autores tan diferentes como Freud, Nietzsche, Foucault, Agamben, Arendt, Barthes, Benjamin, de Certeau, Bourdieu, Derrida, Rancière, Hayden White, Carlo Ginzburg, Primo Levi, Furet, Todorov, Hallwachs, Jameson, Joyce, Saramago, Tabucchi, Borges, Bioy Casares y Cortázar, entre realmente muchos otros. Robin divide el libro en tres partes, que bien podrían ser a su vez textos independientes y que, sin embargo así, en conjunto, son fundamentales para poder dar un tono en perspectiva a sus argumentos. La primera parte es probablemente la más teórica, donde practica ensayos en un sentido más o menos tradicional acerca de los usos y abusos de la memoria. La segunda está dedicada íntegramente a la Shoah, a partir de la cual despliega muchísimos ejemplos y lecturas para problematizar conceptos y situaciones. La tercera es más experimental: juega con elementos de ficción, de su vida íntima, y hace ensayos más heterodoxos, inhallables en autores similares. En definitiva, su escritura abarca un mosaico de géneros: ensayo, ficción, historia, teoría literaria, sociología, psicoanálisis, análisis erudito y vivencias personales, que se condensan en un texto que mantiene el tono de otras obras anteriores, como Berlin chantiers, o Identidad, memoria y relato. La imposible narración de sí mismo, un ciclo de conferencias brillantes que dictó en la UBA en 1993, donde posiblemente se encuentre la anticipación de algunas de las ideas principales que continuó desarrollando aquí. La memoria saturada es un libro mestizo narrado en primera persona, contextualizado a partir de la historia de su autora, la de su familia, la de su tiempo y los espacios que fue ocupando. Es, también, un libro que habla acerca de qué tan infiel puede llegar a ser la memoria, sin por eso ser menos cierta, como muestra muy bien el ejemplo del caso Wilkomirski, exponente que sirve para cuestionar el estatuto de bronce de los recuerdos, tantas veces discontinuos, vagos y a veces difíciles de establecer saber si son vividos o narrados. Benjamin Wilkomirski se hizo famoso en 1996, cuando publicó un libro en el que contaba, fragmentariamente, sus recuerdos en un campo de concentración nazi, y la posterior imposición de una identidad falsa por parte de sus padres adoptivos. Estos relatos, cargados de un realismo y un horror extremadamente violentos, conmovieron a los lectores y transformaron a su autor en un ícono de la Shoah. Dos años más tarde un periodista develó que nada en esta historia era cierto, lo que generó una conmoción sin precedentes. Lo impactante de esto, según analiza Robin, es que Wilkomirski no mentía, sino que verdaderamente recordaba esas41J550XVQ0L escenas, que nunca ocurrieron, porque ni estuvo en un campo de concentración, ni poseía la identidad que él creía haber tenido. ¿Un caso de psicosis? Probablemente, pero una psicosis que produjo las emociones más diversas en individuos de todo el mundo. Robin no es ingenua. Sabe que la aparición de episodios como el de Wilkomirski, o cierto relativismo como el que ella propone, pueden ser funcionales al discurso negacionista en sus formas más diversas, y frente a eso sugiere cierta cautela, y sobre todo, mucho compromiso. Al respecto, George Orwell decía, en 1984, que el que controla el pasado controla también el futuro, y que el que controla el presente, controla el pasado. Queda claro: el pasado nunca es libre: ninguna sociedad lo abandona a sí mismo. Como afirma Robin, el pasado se rige, se conserva, se administra, se narra, se conmemora o se odia. Uno se puede batir a duelo por el pasado, y no hay ninguna sociedad que, consciente o inconscientemente, no manipule, falsifique, oculte, reoriente y/o reconfigure elementos de su historia. Los ejemplos que analiza ella son el de Japón y la masacre de Nankín, el de Estados Unidos y las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, el de Francia con Vichy y la guerra de Argelia, el de Alemania y el Holocausto, el de España y el franquismo, el de Italia y el fascismo. A los sudamericanos esa relación con el pasado inmediato tampoco nos pasa desapercibida. La identidad saturada tiene un triple mérito: el primero es el de volver a discutir temas que para muchos ya se encuentran saldados, aportando nuevas ideas, discutiendo con creatividad e inteligencia otras. El segundo, el de hacerlo de una manera entretenida, a partir de ejemplos literarios y cinematográficos. El tercero es que a las muchas preguntas que formula ofrece algunas explicaciones, hipótesis, sugerencias, creencias. Pero no como recetas infalibles, ni con formato de propuestas programáticas, sino como indicios, como hipertextos que conducen a seguir investigando, discutiendo, generando polémicas productivas. Robin habla de la memoria volcánica, de la imposible justa memoria, del turismo de la memoria, del fracaso de programar los recuerdos, del hojaldrado del tiempo, del olvido activo y retroactivo, de la influencia de Internet en todo esto. Lo plantea desde una posición académica, haciendo uso de metodologías y sistemas propios de las ciencias sociales. Pero también lo hace desde un yo intransferible, que explicita que las cuestiones teóricas son imposibles de escindir de la propia experiencia de aquel que narra, aquel que reflexiona. Tal vez por eso es tan interesante que el discurso universitario de Robin esté complementado por uno mucho más literario, de ficción, que la involucra a ella como escritora, como parte de la historia que escribe, que podría ser la de cualquiera de nosotros, pero no lo es.

[Nicolás HOCHMAN. «Cuando la memoria saturada provoca olvido», in Revista Ñ (Buenos Aires), 18 de diciembre de 2012]

✍ La otra cara de la luna. Escritos sobre el Japón [2011]

514Al filo de los setenta años, Claude Lévi-Strauss (Bruselas, 1908-París, 2009), el más mitológico de los antropólogos del siglo XX, realizó la primera de las varias visitas que haría a Japón y comenzó así a cumplir el sueño de conocer un país que lo atraía desde niño, cuando coleccionaba estampas e intentaba en vano descifrar su caligrafía. La otra cara de la Luna apenas disimula esa emoción y despliega un amplio conocimiento de la historia japonesa, si bien su autor se disculpa todo el tiempo por carecer de especialización e ignorar el idioma. Su objetivo principal implica una operación compleja: volver menos exótica para nosotros la cultura de la isla sobre el Pacífico pero sin suprimir su peculiaridad. Lévi-Strauss intenta resaltar el parentesco de esa cultura con aquellas situadas al otro lado del océano, las prehistóricas de América, sobre las que era un experto, así como también destacar los vínculos que la unen a la cultura griega clásica e incluso identificar ciertos paralelismos entre Japón y Francia. El autor no cesa de subrayar toda una serie de contactos entre los mitos del continente americano y los de Japón (u otras regiones y países, como Indonesia, por ejemplo). ¿Hay entonces mitos universales? La cuestión ronda las reflexiones de Lévi-Strauss, quien parece inclinarse menos por la especulación a la que esa pregunta daría lugar que a compilar datos históricos sobre posibles vínculos entre grupos humanos localizados en áreas todavía hoy tan distantes entre sí. Los relatos no sólo se trasladan por el espacio, también lo hacen a través del tiempo. Durante sus visitas, Lévi-Strauss escuchó narraciones en sitios apartados de Japón que reproducían episodios similares a los contados por Heródoto o que parecían tomados de la Odisea de Homero. El antropólogo se muestra fascinado por el hallazgo de estas conexiones no sólo entre Oriente y Occidente sino entre el presente y el pasado. Menos humanistas y más estrechas parecen las simetrías geográficas que traza entre Japón y Francia. Ambos países, asegura, se encuentran ante un vasto océano, enfrentados a las lejanas costas de EE.UU. A Francia la baña el Atlántico y mira hacia Occidente; Japón navega en el Pacífico y mira hacia Oriente. Los dos países se ubican en los extremos de sus respectivos continentes: Asia y Europa. La naturalidad con que las observaciones geográficas de Lévi-Strauss pasan por alto al extremo ibérico son muy propias de los franceses de su generación, para quienes esa península era casi una estribación de Africa del Norte. El gran pasado imperial de España o Portugal resultaba ya remoto para ellos, y su última aparición histórica digna de mención de la zona había sido la Guerra Civil española, que la volvió súbita, aunque apenas episódicamente, de nuevo europea. En las conferencias pronunciadas en Japón que componen este libro se repiten una y otra vez las comparaciones entre ese país y el del autor; en ocasiones resultan triviales, pero muchas veces logran deslumbrar por sus detalles y situarse a la altura del inmenso prestigio. La cultura japonesa se caracteriza por el predominio de la invención, la concisión y la economía de medios, una especie de tonalidad cultural (pero no lingüística), la resistencia a la mezcla tanto en la música como en la cocina. Francia, en contraste, y como escribe sin modestia (ni precisión) Lévi-Strauss, “ha llevado tal vez más lejos que ningún otro pueblo el don del análisis y la crítica sistemática en el orden de las ideas”. Cabe derivar de estas palabras que, de tanto mirar hacia las costas americanas a través del inmenso Atlántico, Francia pareciera olvidar a sus quizá menos amables, pero no menos analíticos, vecinos del otro lado del Rin. Como sea, desde mediados del siglo XIX, según sostiene Lévi-Strauss, París fue el centro de difusión a lo largo de Europa de la moda conocida como “japonismo”. Rousseau ya había admitido los privilegios de la cultura japonesa por sobre cualquier otra oriental; Balzac, más tarde, prefirió el arte que generaba a las “invenciones grotescas de la China”. Estas señales de atracción e interés, así como los paralelismos geográficos, encuentran, sin embargo, límites precisos a un nivel más profundo. El mayor contraste entre Oriente y Occidente es filosófico. La posición del sujeto en ambos ámbitos culturales difiere radicalmente, argumenta Lévi-Strauss. Mientras que para la filosofía occidental, en particular para la moderna, el sujeto constituye una referencia esencial para justificar la vida social y económica tanto como para explicar nuestro conocimiento del mundo; Oriente prefirió rechazar esa centralidad y la consideró una mera ilusión. Del mismo modo, Oriente sospechaba del discurso, al que no valoraba como un posible reflejo fiel de la realidad, tal como lo hacía desde sus orígenes la ciencia occidental. Oriente se inclina por la autoridad de la intuición y la experiencia. ¿Persiste alguno de estos típicos contrastes culturales entre ambas mitades del mundo bajo la globalización? ¿Sigue siendo Japón tan indiferente a la idea de sujeto? ¿Continúa libre de las mediaciones sobre la experiencia y el conocimiento que impone la razón argumentativa en Occidente? Al menos en parte, es posible que, para este maestro de las mitologías, Japón no hubiera dejado de ser un mito personal embellecido con el paso del tiempo, siempre remoto y atractivo.

[José FERNÁNDEZ VEGA. «La fascinación de Oriente», in Revista Ñ (Buenos Aires), 10 de octubre de 2012]

➻ Evelyn Fox Keller [1936]

fox_kellerEvelyn Fox Keller received her B.A. from Brandeis University (Physics, 1957) and her Ph.D. from Harvard University (Physics, 1963). She came to Massachusetts Institute of Technology from the University of California, Berkeley, where she was Professor in the Departments of Rhetoric, History, and Women’s Studies (1988-1992). Professor Keller has taught at Northeastern University, S.U.N.Y. at Purchase, and New York University. She has been awarded numerous academic and professional honors, including most recently the Blaise Pascal Research Chair by the Préfecture de la Région D’Ile-de-France for 2005–07, which she spent in Paris, and elected membership in the American Philosophical Society and the American Academy of Arts and Science. In addition, Professor Keller serves on the editorial boards of various journals including the Journal of the History of Biology and Biology and Philosophy. Keller’s research focuses on the history and philosophy of modern biology and on gender and science. She is the author of several books, including A Feeling for the Organism: The Life and Work of Barbara McClintock (1983), Reflections on Gender and Science (1985), The Century of the Gene (2000), and Making Sense of Life: Explaining Biological Development with Models, Metaphors and Machines (2002). Her most recent book, The Mirage of a Space Between Nature and Nurture, is now in press.

[Fuente: Massachusetts Institute of Technology]

Evelyn Fox Keller investiga las implicaciones que tiene el modo de ver los objetos, propio de los niños varones para las ciencias y para el método científico: por una parte la obsesión de la ciencia moderna por la «objetividad» viene dada paradójicamente por una emoción, por el miedo a perder la autonomía. Es decir, la necesidad de objetividad nace de una necesidad emocional. Y por otra parte esta escisión tajante entre sujeto y objeto determinará el modo en que se ha entendido la naturaleza como «objeto» de conocimiento con el que se establece una relación de dominio. Según Fox Keller la ideología científica divide el mundo en dos partes, el que conoce -la mente- y lo cognoscible -la naturaleza-, e insiste en que la relación entre el que conoce y lo conocido es una relación de distancia y de separación (y de dominio) que divide radicalmente un sujeto y un objeto. Dentro de esta dicotomía el sujeto es caracterizado como masculino y el objeto, la naturaleza, como femenino. «Masculino aquí connota autonomía, separación y distancia, connota un rechazo radical de cualquier acercamiento entre sujeto y objeto, que está identificado de un modo consistente como masculino y femenino». El objetivo de la crítica feminista a este concepto de ciencia tiende a una transformación de la escisión entre sujeto y objeto que conlleve una desaparición de la ciencia como empresa dominio y sometimiento de la naturaleza. En este punto es fundamental el desarrollo de una idea distinta de autonomía. Fox Keller analiza este concepto en su doble sentido. Por una parte, la autonomía siempre se ha entendido como rechazo de todo vínculo con los demás, como instrumento de poder y control sobre ellos; este tipo de autonomía impide la creatividad, la ambigüedad entre el yo y el no-yo, espacio en el que, por ejemplo, se desarrollan el juego y el amor. Sin embargo, en el sentido que propone la autora, siguiendo a Benjamin, la autonomía puede significar mayor capacidad para relacionarse con los demás. La autonomía dinámica deja abierto un espacio entre yo y no-yo, se forma tanto por oposición a lo otro, como por relación y unión con ello; tiene con los demás sujetos suficientemente en común como para respetarlos y reconocerlos como sujetos, es decir, se encuentra entre oposición y continuidad. La solución que propone Keller es un acuerdo entre sujeto y objeto, que va de la mano de una interacción entre la experiencia cognitiva y emocional. No obstante, tal y como algunas autoras han apuntado, por ejemplo Toril Moi, los términos en los que se expresa Keller permanecen bastante vagos y, no sólo eso, sino que parece ser que su teoría, partiendo del esencialismo cultural de Chodorow, no cuestiona la lógica que sostiene la metafísica patriarcal dado que sigue manteniendo firmes las oposiciones masculino/femenino, razón/emoción, etc.

[Eulalia PÉREZ SEDEÑO y Paloma ALCALÁ CORTIJO (coord.). Ciencia y Género. Madrid: Editorial Complutense, 2001, pp. 380-381]

➻ Calestous Juma [1953]

Calestous JumaCalestous Juma (born 9 June 1953 at Port Victoria, western Kenya) is an internationally-recognized authority in the application of science and technology to sustainable development worldwide. Calestous Juma is Professor of the Practice of International Development and Director of the Science, Technology, and Globalization Project. He directs the Agricultural Innovation in Africa Project funded by the Bill and Melinda Gates Foundation and serves as Faculty Chair of Innovation for Economic Development executive program. Juma is a former Executive Secretary of the UN Convention on Biological Diversity and Founding Director of the African Centre for Technology Studies in Nairobi. He is co-chair of the African Union’s High-Level Panel on Science, Technology and Innovation and a jury member of the Queen Elizabeth Prize for Engineering. He was Chancellor of the University of Guyana and has been elected to several scientific academies including the Royal Society of London, the US National Academy of Sciences, the World Academy of Sciences, the UK Royal Academy of Engineering and the African Academy of Sciences. He has won several international awards for his work on sustainable development. He holds a doctorate in science and technology policy studies and has written widely on science, technology, and environment. Juma serves on the boards ofseveral international bodies andis editor of the International Journal of Technology and Globalisation and theInternational Journal of Biotechnology. His latest book, The New Harvest: Agricultural Innovation in Africa, was published by Oxford University Press in 2011. He is currently working on on books on engineering for development and resistance to new technologies. 

[Fuente: Belfer Center for Science and International Affairs, Kennedy School of Government, Harvard University]