✍ Recuerdos de la Revolución de 1848 [1893]

por Teoría de la historia

51699105Alexis de Tocqueville es autor de obras clásicas que apuntan a la explicación y conocimiento de los regímenes políticos contemporáneos en las cuales campea un tratamiento amplio de las raíces históricas, y de las condiciones sociales en que se incuban y desarrollan, así, se percibe en sus obras un enlace entre el antiguo régimen, correspondiente a la época de la monarquía absoluta y el moderno Estado de Derecho. Quizá las obras más conocidas de Tocqueville, sean, sin duda, La Democracia en América y El Antiguo Régimen y la Revolución, ambos fundamentales para internamos en los rincones de los regímenes que caracterizan al Estado moderno. Otra obra de gran relevancia de nuestro autor la constituye los Recuerdos de la Revolución de 1848, de quien J. P. Mayer, gran conocedor de la obra tocquevillana ha dicho que representa la interpretación más pertinente de la revolución de 1848, obra que ahora nos proponemos reseñar. Ciertamente, en la obra de Tocqueville se percibe el entramado histórico que va dando lugar a los nuevos acontecimientos sociales, que a su vez se toman en premisas que anuncian el futuro inmediato. En los Recuerdos de la Revolución de 1848, da una muestra más de su fina apreciación de la historia y de su olfato prospectivo. Conviene subrayar que los Recuerdos… y su trabajo sobre la Revolución Francesa, representan la obra póstuma de nuestro autor, en este sentido, estamos frente a una de sus obras de plena madurez, en la que se sintetiza su experiencia como cultivador del arte de la pluma y, como político, en virtud de su no corta trayectoria como miembro de la diputación francesa, a la que perteneció desde su elección como diputado por Valognes en 1839, puesto que conserva hasta que abandona definitivamente la vida política en 1851. Podemos situar el momento histórico que abarca en lo fundamental Tocqueville en sus Recuerdos…, entre febrero de 1848 y diciembre de 1851, coincidente con la corta duración de la Segunda República Francesa. Rodríguez Zúñiga, encargado de la preparación de la edición que ahora reseñamos sintetiza el periodo: «En febrero de 1848 cae, casi inesperadamente, la monarquía de Luis Felipe de Orleans. A partir de ahí, se abre en Francia un proceso político y social de ritmo vertiginoso. Revueltas socialistas en París, agitaciones agrarias, desplazamientos rapidísimos de centros de poder. El golpe de Estado de Luis Bonaparte, instaurador de una dictadura militar, será, en 1851, el desenlace». El periodo aludido ha sido analizado desde distintas perspectivas por múltiples autores, existe, sin embargo un consenso en que dos obras son fundamentales para el estudio del periodo: El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de Carlos Marx y los Recuerdos de la Revolución de 1848 de Alexis de Tocqueville. Tocqueville vivió el periodo desde posiciones protagónicas fundamentalísimas: como integrante de la Cámara y miembro destacado de la comisión redactora de la Constitución de la Segunda República y, como Ministro de Asuntos Exteriores desde el 3 de junio hasta el 29 de octubre de 1849. «El tipo de análisis puesto en práctica en los Recuerdos ilustra muy claramente conceptos tocquevillanos claves. La importancia de la ideología, de los intelectuales y de la agitación ideológica; el sentido de la propiedad privada en la sociedad democrática; los efectos de la centralización y de la burocratización; la opción metodológica por hacer inteligible el proceso histórico; lo problemático de la subsistencia de libertad en periodos revolucionarios; el peso de la maquinaria estatal y la imposibilidad de que un Estado funcione si es el patrimonio de una sola clase social -añade Rodríguez Zúñiga». La primera de las tres grandes partes en que se divide la obra está dedicada a la reflexión acerca del origen y carácter de los Recuerdos, del ambiente que precedió a la Revolución y a los signos que la presagiaban. Asimismo a reseftar los primeros disturbios de lo que se conocería como las jornadas de febrero de 1848, al plan de resistencia de los ministros, la guardia nacional y, al gobierno provisional instaurado a la caída de Luis Felipe, quien encabezaba la denominada Monarquía de Julio. Refiriéndose a los antecedentes de la Revolución, destaca que desde 1830 en Francia la burguesía no sólo fue la única dirigente de la sociedad, sino que puede decirse que se convirtió en su arrendataria. Se colocó en todos los cargos, aumentó prodigiosamente el número de estos, y se acostumbró a vivir tanto del Tesoro Público como de su propia industria, más aún, enfatiza que la administración de entonces había adoptado, al final, los procedimientos de una compañía industrial, en la que todas las operaciones se realizan con vistas al beneficio que los socios pueden obtener de ellas. Lo anterior llevó a Tocqueville a una conclusión que siempre tuvo presente, en el sentido de que en Francia, «un gobierno seTocqueville-Alexis-De-De-La-Democratie-En-Amerique-Souvenirs-L-ancien-Regime-Et-La-Revolution-Livre-422902530_L equivoca siempre al tomar como punto de apoyo únicamente los intereses exclusivos y las pasiones egoístas de una sola clase». La segunda parte es la más extensa y constituye el núcleo de los Recuerdos… Tocqueville historiador, sociólogo, politólogo y publiadministrativista subyace a plenitud, encontramos así agudos análisis en cada uno de los once apartados en que se encuentra dividida aquélla. Se parte por el análisis de las causas que rematan el 24 de febrero -fecha en que cae definitivamente la Monarquía de Julio- y de sus consecuencias, Tocqueville se detiene a pasar revista a los regímenes políticos que sucesivamente había presenciado Francia desde la época de la monarquía absoluta. En efecto, la monarquía constitucional había sucedido al antiguo régimen; la república a la monarquía; a la república, el imperio; al imperio, la restauración; después -añade nuestro autor-, había venido la Monarquía de Julio. A la que sucedería la Segunda República y a esta última nuevamente el imperio, se diría que la obra de la Revolución Francesa aún no acababa por terminar su obra. Una sucesión de regímenes políticos que colocaban a la cabeza ya al legislativo, ya al ejecutivo, pero en los cuales la centralización administrativa se percibía como telón de fondo. Una cosa distinguió a la Revolución de 1848: su carácter socialista, las impresiones asentadas por el mismo Tocqueville, no dejan lugar a dudas -vagando por París el 24 de febrero de aquel lejano año, apunta-: «Dos cosas me impresionaron, sobre todo, aquel día. La primera fue el carácter, ni diré principalmente, sino única y exclusivamente popular de la revolución que acababa de producirse: la omnipotencia que había dado al pueblo propiamente dicho, o sea, a las clases que trabajaban con las manos, sobre todo las demás. La segunda fue la poca pasión rencorosa, e incluso, a decir verdad, las pocas pasiones vivas, de cualquier tipo, manifestadas, en aquel primer momento, por el bajo pueblo, convertido, de pronto, en único dueño del poder». Al afirmar que la revolución de febrero parecía hecha totalmente al margen de la burguesía y contra ella y explicar que a pesar de que el pueblo era dueño de la situación ello no se concretó en un gobierno estable, extraemos del pensamiento tocquevillano parte de lo que se desprende de aquel estado de cosas: la burguesía pierde la facultad de gobernar, en tanto que la clase trabajadora aún no la adquiere, quedan así creadas las condiciones para el desarrollo de la autonomía del Ejecutivo y del Estado respecto de las clases sociales. Marx denominó a este fenómeno como bonapartismo y, lo refirió a las condiciones políticas prevalecientes durante el mismo periodo analizado por Alexis de Tocqueville. Que implica también el triunfo del ejecutivo sobre el legislativo. Ante la nueva condición producida por la revolución de febrero, Tocqueville se apresta a refrendar su candidatura a la diputación por el Departamento de la Mancha, la cual gana con un margen bastante holgado de votos, después de una singular campafia. Se inicia entonces la fase correspondiente a los trabajos de la Asamblea Constituyente de la que es integrante conspicuo, y cuya tarea consiste en dar a Francia una nueva Constitución, la de la Segunda República. Igualmente es iniciada la secuela que llevará a Alexis de Tocqueville a formar parte de la Comisión Constituyente. Los trabajos de esta última son vivamente relatados por nuestro autor, dándonos muestra una vez más de su experiencia política y de su amplia formación socio-histórica. La elaboración de la Constitución de la Segunda República francesa encomendada a la Comisión Constituyente, abren un espacio apasionante en la historia de las modernas repúblicas, en aquel entonces, la Comisión era urgida por la Asamblea Nacional para que apurara sus tareas y diera a Francia las bases sobre las cuales apoyar su gobierno, sobre todo por lo que el mismo Tocqueville apunta: «No hay nación menos adicta a quienes gobiernan que la nación francesa. ni que menos sepa prescindir de un gobierno. En cuanto se ve obligada a marchar sola, sufre una especie de vértigo que le hace creer, a cada instante, que va a caer en un abismo. En el momento de que hablo, la nación deseaba, con una especie de frenesí, que se llevase a cabo la obra de la Constitución, y que el poder alcanzase un asentamiento, ya que no sólido, al menos permanente y regular». Todo apunta a afirmar que el anterior fenómeno se deriva en lo fundamental de la tradición centralista prevaleciente en Francia y, en las agudas y detalladas relaciones del Estado con la sociedad, tal es la fuerza de la centralización que aun en las discusiones preliminares de la Comisión Constituyente, existía un punto de coincidencia entre conservadores y radicales: atacar el poder del gobierno central, ciertamente no en su aplicación, sino en sus principios. «Podía tenerse la seguridad de que inmediatamente se arrojarían el uno en brazos del otro». En tal contexto y con tales antecedentes Tocqueville nos da una lección de centralización político-administrativa: «Así, cuando se dice que entre nosotros no hay nada que se encuentre al abrigo de las revoluciones, yo afirmo que no es cierto y que la centralización se encuentra. En Francia, sólo hay una cosa que no se puede hacer -un gobierno libre-, y sólo hay una institución que no se puede destruir -la centralización-. ¿Cómo va aperecer? Los enemigos de los gobiernos la aman, y los gobernantes la adoran. Es verdad que, de cuando en cuando, aquellos se dan cuenta de que los expone a desastres repentinos e irremediables, pero esto no los indispone con ella. El placer que les proporciona de mezclarse en todo y de tener a todos en sus manos les permite soportar sus peligros. Prefieren una vida tan agradable a una existencia más segura y más larga y dicen como los licenciosos de la Regencia: corta y buena». El peso de la centralización en los trabajos de la Comisión Constituyente fue definitivo, tanto que la parte más delicada y polémica fue la correspondiente a la elección del poder ejecutivo sus atribuciones y relaciones de éste con el legislativo. Las observaciones de Alexis de Tocqueville sobre este particular son de gran relevancia, veamos: «Hacia 1848 Francia salía de la monarquía, y hasta los hábitos republicanos eran todavía monárquicos. La centralización, por otra parte, bastaba para hacer incomparable nuestra situación. De acuerdo con sus principios, toda la administración del país, tanto en los asuntos menores como en los más importantes, no podía corresponder más que al presidente. Los millares de funcionarios. que tienen en sus manos a todo el país no podían $_57depender más que de él: esto era así, según las leyes y también según las ideas vigentes, que el 24 de febrero había dejado subsistir, porque habíamos conservado el espíritu de la monarquía, aunque hubiera dejado de gustarnos. En tales condiciones, ¿qué podía ser un presidente elegido por el pueblo, más que un pretendiente a la corona?.. Me parecia claro entonces -agrega Tocqueville- y también hoy me parece evidente, que, si se quería que el presidente pudiera ser elegido por el pueblo, sin peligro para la República, era necesario restringir enormemente el círculo de sus prerrogativas, y ni siquiera sé si esto hubiera sido suficiente, porque la esfera del poder ejecutivo, así reducida por la ley, habría conservado su dimensión, tanto en los recuerdos como en las costumbres. Si, por el contrario, se dejaban sus poderes al presidente, era necesario que no lo eligiese el pueblo». Al momento de escribir estos pasajes Tocqueville, Luis Napoleón Bonaparte aún no había sido electo por el pueblo presidente de la Segunda República Francesa, lo sería en breve, merced a los antecedentes napoleónicos y a la centralización que se tradujeron en una popularidad ascendente. Los trabajos de la Comisión Constituyente, aún no acababan de definir ni la forma de elección del ejecutivo, sus atribuciones y relaciones con la Asamblea, más aún, se temía que si la elección del ejecutivo se dejaba al pueblo, muy pronto se vería al príncipe Luis Napoleón encabezando la República. Recuerdo que, -nos dice Tocqueville- durante todo el tiempo que la Comisión se ocupó de aquella materia, yo me afané por descubrir de qué lado debía inclinarse habitualmente la balanza del poder en unaRepú blica, como la que yo veía que se estaba haciendo, y tan pronto creía que sería del lado de la asamblea única, como del lado del presidente elegido: esta incertidumbre me causaba una gran inquietud. La verdad es que aquello era imposible de decir de antemano. La victoria del uno o del otro de aquellos dos grandes rivales dependería de las circunstancias y de las disposiciones del momento. Lo único seguro era la guerra que se haría y el hundimiento de la República, que sería su consecuencia. Finalmente Tocqueville falla por que la elección del ejecutivo sea encomendada al pueblo, al cual se le habían negado muchas prerrogativas, igualmente vota por la no reelección de aquel. El desenlace es de todos conocido hoy día: Luis Napoleón es electo presidente de la Segunda República Francesa por abrumadora mayoría, al poco tiempo de haberse efectuado dicha elección se prepara y se consuma el golpe de estado de Luis Bonaparte y se transfonna en Napoleón III emperador de Francia. El ejecutivo ha triunfado sobre el legislativo. La tercera parte de Los Recuerdos… está dedicada a plasmar las experiencias de Tocqueville como Ministro de Negocios Extranjeros del presidente Luis Napoleón, cuya permanencia va del 3 de junio al 29 de octubre de 1849. En suma, las aportaciones de Tocqueville al estudio y práctica de la administración pública y de los regímenes políticos a lo largo de su obra son abundantes, en El Antiguo Régimen y la Revolución recrea la ley de la centralización de la administración pública y con ello la preeminencia del poder ejecutivo; en Los Recuerdos…, una vez más, presenciamos el ascenso irresistible de aquel, como producto las condiciones históricas labradas en Francia desde l’Ancien Régime.

[Roberto MORENO ESPINOSA. «Tocqueville, Alexis de, Recuerdos de la Revolución de 1848, Madrid, Editora Nacional, 1984» (reseña), in Revista de Administración Pública (México), nº 74, mayo-agosto de 1989, pp. 187-191]