Teoría de la historia

Universidad Nacional de General Sarmiento. Instituto de Ciencias. Área de Historia. Director del área de investigación "Poéticas de la historiografía". BUENOS AIRES ❖ ARGENTINA

Mes: May, 2013

✍ Comercio y mercado en los imperios antiguos [1957]

Imagen escaneadaEste libro reviste un interés excepcional. Todo aquel antropólogo o historiador de lo económico cuyo campo de investigación esté por fuera de las sociedades altamente desarrolladas de los siglos XIX y XX, encontrará aquí una lectura exigente y provechosa. El libro comporta una tesis central a partir de la cual giran, a varios niveles, los ensayos de los once colaboradores. Esta tesis fue desarrollada, en principio, por el profesor Karl Polanyi e, inspirados por él, fue continuada por un grupo de economistas, antropólogos y sociólogos que trabajan bajo los auspicios de un «Proyecto Interdisciplinario» en la Universidad de Columbia para la investigación de las instituciones económicas posteriores a 1948. La tesis central sostiene que la economía, en el sentido habitual y moderno del término, «no es más que un estudio de los fenómenos de mercado» y que el análisis económico moderno sólo puede aplicarse adecuadamente a las economías que están basadas en un sistema de mercado «auto-regulado» encarnado por el mecanismo de la oferta y la demanda de precios. «En ausencia de mercados y precios de mercado, el economista no puede ser de ayuda para el estudiante de las economías primitivas, de hecho, podría entorpecerlo». Y es aún más difícil identificar un proceso económico «cuando forma parte de instituciones no económicas», tal como ocurre en las sociedades tribales basadas en el parentesco. Las economías (la tesis continúa) pueden «integrarse» de tres formas diferentes en ese tipo sociedad o en otras. En términos de análisis económico moderno, el «intercambio» (es decir, el sistema que funciona a través de un mercado de precios fijos) no es el único de los recientes sistemas de crecimiento que resulta apropiado: también existe la «reciprocidad» y la «redistribución». En un sistema de «reciprocidad» la sociedad está dividida en grupos. Los miembros de un grupo cualquiera actúan respecto de otro del mismo modo en que aquel (o cualquier otro) actúa con ellos. Ejemplos conocidos son la economía de las islas Trobriand y los intercambios de los Kula con algunos isleños melanesios, tal como lo han descrito Malinowski y Ruth Benedict. En un sistema «redistributivo», el producto de una sociedad culmina en un centro, ya sea físico o hipotético, y luego se reparte entre los miembros de acuerdo con reglas fijas. Algunos grupos sociales como la familia patriarcal o el señorío medieval también podrían organizarse a partir de un sistema de «distribución» cualquiera sea la forma en que se integre la economía en su conjunto. Reciprocidad y redistribución a menudo se combinan con o sin algunas características que, en su forma más desarrollada, llevan la impronta del intercambio. En uno de los capítulos más logrados del libro, el Dr. Walter C. Neale muestra cómo la economía de una aldea india que desconcertó mucho a los primeros administradores británicos, comportaba una intrincada mezcla de reciprocidad (a través del sistema de castas) y de redistribución (mediante el reparto de las parvas de grano común) que carecía de las características del mercado. El libro contiene suficientes conclusiones como para que sea, según la frase utilizada por más de un colaborador, un «trabajo pionero». Pero, así como algunos de los capítulos son realmente buenos (en particular, los del Dr. Neale y el profesor Daniel B. Fusfeld), existen deficiencias muy graves que pueden exasperar al lector que no comparte la obsesión del profesor Polanyi por el mercado. La exageración de la tesis principal por parte de varios de los colaboradores es constante. Y es una lástima que, para los primeros cinco capítulos (que tratan de los diversos aspectos de la historia antigua de la economía y el pensamiento) exista sólo un académico que conozca las fuentes originales de primera mano: se trata del capítulo III donde el profesor A. L. Oppenheim ofrece una particular y estimulante «vista de pájaro de la historia económica de Mesopotamia». En particular, esto se percibe con particular desconsuelo cuando el profesor Polanyi en su capítulo (V) arremete sobre la antigua Grecia: «Aristóteles descubre la economía». Dominado por su teoría general y sin ningún conocimiento de la gran cantidad de evidencias sobre las prácticas comerciales griegas que se encuentran en las declaraciones privadas de los oradores áticos y en los poetas cómicos, dibuja una distinción totalmente injustificada entre el siglo VI y V en Grecia, que él describe como «económicamente más primitiva de lo que opinan incluso los más radicales «primitivistas»», y a la Grecia del siglo IV le atribuye el origen de «las lucrativas prácticas mercantiles que en épocas muy posteriores se convertirían en la dinámica de la competencia de mercado». La vida económica griega, afirma, estaba «aún en los inicios del comercio de mercado en la época de Aristóteles» y con sus escritos «disponemos de un testigo que observa algunas de las características prístinas de la incipiente negociación mercantil desde su primera aparición en el historia de la civilización». De hecho, el principal desarrollo tuvo lugar antes del siglo V en cuyos últimosTrade-and-Market-400-72 años, por ejemplo, se encuentra la referencia más antigua que se conserva sobre el préstamo a la gruesa ventura (Lisias, XXXII, 6-7, 14), esa notable invención (el precursor del seguro marítimo), que tanto contribuyó al desarrollo del comercio mediante la extensión de sus riesgos, por entonces considerables, más allá del sector comercial comparativamente pobre de la población. El Profesor Polanyi incluso niega la existencia de los mercados locales de alimentos en el período de las Guerras del Peloponeso y a principios del siglo IV en Jonia, pero la única evidencia que cita es tristemente malinterpretada. A veces, las ciudades podían establecer mercados especiales por fuera de sus murallas para los ejércitos extranjeros o podían crearlos incluso los propios generales, pero esto ocurría simplemente cuando las ciudades no deseaban admitir los ejércitos extranjeros de sus puertas para dentro y de ningún modo implica que los mercados regulares no existieran dentro de las ciudades afectadas. El Profesor Polanyi olvida una evidencia importante del siglo V de la que él mismo hace buen uso en otra parte: Heródoto (I, 153), quien traza un contraste sorprendente entre los griegos, que disponen de mercados, y los persas, que no los tienen. El Profesor Polanyi no contempla la posibilidad de que la economía de la antigua Grecia cuente con un sistema de «intercambio» antes de la época helenística. Por desgracia, tampoco se ha preguntado si ésta podría enmarcarse en alguno de sus otros dos sistemas. De hecho, las características de la economía que el profesor Polanyi identifica como de reciprocidad y redistribución brillan por su ausencia en la sociedad griega, tanto para el siglo V como a partir del desarrollo de las ciudades helenísticas y el mundo romano y hasta, al menos, el siglo III d.C. Los griegos sin duda han hecho un uso más significativo del sistema esclavista que sus predecesores. Su desarrollo de las instituciones de comercialización, transmitidas al mundo romano, fue tal vez un fenómeno aún más notable. La esclavitud había adquirido una forma altamente desarrollada junto con el libre mercado, caso que debería ser tomado para hacer de estas dos características de la sociedad griega, junto con el desarrollo político que culminó en la democracia, una de las razones básicas por las cuales esta civilización avanzó mucho más que todas las que se desarrollaron antes que ella.

[Geoffrey E. M. de STE. CROIX. «Trade and Market in the Early Empires por Karl Polanyi; Conrad M. Arensberg; Harry W. Pearson» (reseña), in The Economic History Review. New Series, vol. XII, nº 3, 1960, pp. 510-511. Traducción del inglés por Andrés G. Freijomil]

✍ Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero [1997]

getBookImgEl libro de Roger Chartier, Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, es el resultado de una serie de conferencias y seminarios que impartió en junio de 1996 en la Universidad Iberoamericana y ahora ha sido editado por el Departamento de Historia de esa institución. Si bien ya hay varios libros de Chartier editados en castellano, como los de las editoriales Gedisa, Manantial y el Instituto Mora, este libro tiene algunas peculiaridades que creemos lo hacen singular e importante. En mayo de 1994 se congregó a un grupo selecto y representativo de lústoriadores para a través de las corrientes metodológicas y temáticas que vienen empleando, «observar los nuevos avances de una historiografía en pleno desarrollo». El resultado fue la edición del libro Historiografía francesa. Corrientes temáticas y metodológicas recientes, Roger Chartier es uno de los lústoriadores franceses más representativos de lo que se viene denominando como la «tercera generación» de la Escuela de los Annales, principalmente por su trabajo, sus reflexiones y sus contribuciones dentro de la lústoria cultural. Así, con Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, podemos introducimos al taller personal desde donde trabaja y reflexiona un lústoriador contemporáneo en «pleno desarrollo», y encontrar las preocupaciones, los debates, las trayectorias desde las cuales se está elaborando el discurso historiográfico que estará vigente en el tercer milenio. La lectura de este libro puede tener varios puntos de interés. Durante la década de los setenta, el interés de Roger Chartier se centrará en la historia de la educación en Francia a través de los enfoques analíticos vigentes de la época. Pero a partir de la de los ochenta, una de las principales preocupaciones temáticas será la historia de la lectura y de los lectores franceses, lo cual lo llevará a realizar una serie de rupturas teóricas y metodológicas que lo llevarán a los trabajos de la historia cultural. En su libro, Voces y silencios en la historia, Sonia Corcuera de Mancera ha definido el trabajo de Chartier como la «historia reflejada en la mirada del otro», ya que a través de estudiar las formas de producir, de circular y de apropiarse de los libros, observa no la historia de distintos grupos sociales, sino las representaciones y las estrategias de dominación de una clase sobre otra. A Chartier le interesa, entonces, las diferentes formas como se producen y circulan los libros, pero también los diferentes tipos de lectores que harán otros tantos usos de la lectura y, por tanto, la red de significaciones diversificada y diferenciada que tendrá. El trabajo de Chartier será un rechazo a los postulados y estrategias metodológicas de la historia cuantitativa del libro que realiza el estructuralismo sociográfico a través de dos procedimientos. Uno, cambia el sentido de las preguntas que se venían haciendo. De las preguntas ¿quiénes son los lectores? ¿cuántos son y qué leen?, se pasa a otra que será un cambio analítico radical: ¿cómo se lee? En mucho, recordará el paso que significó en los estudios de la comunicación las preguntas con las que se trabajó por décadas, de ¿que hacen los medios con la gente? A ¿qué hace la gente con los medios?, lo cual permitió abrir nuevas pautas de estudio, hizo pertinente los estudios sobre las audiencias y se retomó a la cultura como eje de análisis. Otro punto fundamental será la superación de una serie de dicotomías analíticas con las que los estudios cultura1es y literarios venían trabajando. Dicotomías como objetividad y subjetividad, consumo y producción cultura1, y las relaciones entre la alta cultura con la cultura popular. Los dos primeros capítulos son interesantes ya que en ellos plantea su interés y su posiciones teórica y metodológica. La postura teórica y metodológica de Chartier, la serie de rupturas que realizará, su posición frente a otras corrientes disciplinares, la podemos comprender mejor por su ubicación dentro de un contexto académico e intelectual a través de los autores que recupera para mostrarnos la pertinencia de sus estudios y de sus procedimientos. En el prólogo de otro de sus libros, Escribir las prácticas, dirá: «Para los historiadores de mi generación, y para muchos otros, la frecuentación de las obras de Michel Focault, Michel de Certeau y Louis Marin es una fuente de inspiración de las más importantes. Más allá de las diferencias que las separan o las oponen, esas obras anuncian una pregunta fundamental: ¿cómo pensar las relaciones que mantienen las producciones discursivas y las prácticas sociales?» De este modo, en el tercer capítulo encontraremos reflexiones de diferentes autores que han tratado el tema de las relaciones entre las actividades simbólicas y las estructuras de transmisión de la palabra o de lo escrito a través de distinguir edades de la humanidad y el tipo de escritura que le proceden. Es por ello que en el tercer capítulo retoma a autores como Vico, Condorcet y Malesherbes, y cierra el capítulo mencionando algunos autores que en la actualidad continúan reflexionando sobre las transformaciones que »han modificado los modos de circulación, de comunicación y de apropiación de los textos. Por aquí estan autores como Walter Ong, Jack Goody y Henri-Jean Martin. Dedica todo el cuarto capítulo a las reflexiones de Walter Benjamin sobre su trabajo titulado «La obra de arte en la época de su reproducción mecanizada». Este trabajo de Benjamin se ha venido convirtiendo como un punto obligado para todos aquellos que vienen reflexionando e investigando sobre las transformaciones tecnológicas y su impacto en la cultura contemporánea. Un simple ejemplo seria las propuestas de Paul Virilio. Chartier no es la excepción. Las mutaciones tecnológicas traerán nuevas implicaciones tanto para la producción, circulación y apropiación de los textos, así como traerá nuevos retos a los planteamientos filosóficos que han sustentado ideales varios sobre la cultura humana. Es el caso del desarrollo de la industria del audiovisual y de la computación. Chartier como otros historiadores contemporáneos, por las líneas temáticas que vienen trabajando, no son insensibles a estas transformaciones tecnológicas porque no sólo los hace encarar las problemáticas que implican en sus propios trabajos temáticos, sino en su oficio de historiar ya que vienen representando nuevas fuentes de producir, circular y apropiarse de la historia. Aquí habría que recordar algunos presupuestos que vienen trabajando algunos historiadores del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana, los cuales pueden consultarse en su revista Historia y Grafía. En el capítulo cinco retoma algunos trabajos de Kant y sus reflexiones sobre la Ilustración que implicará la importancia de la razón y, por tanto el tipo de público que ha de conformarse a través de la lectura. Chartier accede a Kant a través de algunas observaciones de uno de los autores que estarán gravitando a lo largo de todo su libro Michel Foucault, quien le permitirá observar mejor las rupturas y discontinuidades en el trabajo historiográfico. Finalmente, en su último capítulo, Roger Chartier se aboca a encarar la situación actual de los estudios historiográficos, los retos y los peligros a los que permanentemente se ven sometidos. Es aquí cuando Chartier entra en el debate ante otras posiciones historiográficas y toma partido. Habla de las seguridades que se han desvanecido y con los que venía trabajando el historiador, de su posición actual dentro de las ciencias sociales y del tiempo de dispersión en el cual se vive en la actualidad. También habla de las tentaciones y los riesgos de algunas posturas de cómo encarar este contexto, ante las »ilusiones» de hacer hablar a los «muertos» y de «copiar lo real». Un caso concreto es la historia serial, cuantitativa. Para comprender mejor esto, habría que tener presente que desde la década de los sesentas, una serie de rupturas se irán dando al interior de los estudios históricos y que guiarán la discusión y los trabajos historiográficos por nuevas rutas y travesías. Una de ellas será el retomo a la grafía, es decir el paso de la historia como explicación al de la historia como narración. Con ello, nuevos procedimientos metodológicos, nuevas fuentes de información y nuevos procedimientos de escritura se harán pertinentes dentro de la historiografía francesa contemporánea. La historia cultural será una de sus principales representantes, que entre otras cosas implicará el abandono de las ambiciones de una historia total como venía propugnando Fernand Braudel, por la selección de un terna único que se articula a un suceso particular o individual, que también implicará un nuevo tratamiento de los acontecimientos históricos al articularlos dentro de un contexto social y cultural más amplio Chartier habla, entonces de la necesidad de una diferencia. Recuerda que las certidumbres de antes han perdido vigencia ya que los conceptos con los que se venía trabajando, también tienen una «historia» y del diálogo con otras disciplinas sociales que los impulsará a »restaurar el papel de los individuos en la construcción de los lazos sociales», de done vendrán una serie de desplazamientos historiográficos fundamentales. Dice Chartier: Radicalmente diferente de la monografía tradicional, cada «microhistoria» intenta reconstruir, a partir de una situación particular, normal por excepcional, la manera en que los individuos producen el mundo social, mediante sus alianzas y sus enfrentamientos, a través de las dependencias que los unen o los conflictos que los oponen. El objeto de la historia ya no son las estructuras y los mecanismos que rigen, fuera de toda intención o percepción subjetiva, las jerarquías sociales, sino las racionalidades y las estrategias que practican las comunidades, los linajes, las familias, los individuos. Este desplazamiento implicará otra forma de proceder. Nuevos sujetos entran a la escena de la historia y un nuevo acercamiento a los trabajos archivísticos, así como la necesidad de una «nueva atención dada a los textos». Esto, a su vez, implicará, por lo menos, tres cosas; una nueva actitud ante los textos canónicos de la filosofía, la ciencia, la literatura; la actitud de diálogo con otras disciplinas; la necesidad de ubicar el lugar y los aportes de la historia cultural respecto a otro tipo de estudios como los literarios y los culturales, y la convicción de que los historiadores también escriben textos. Chartier termina su libro siguiendo a Michel de Certeau cuando habla que en estos tiempos cuando los «historiadores han perdido sus ilusiones», éstos no deben olvidar el carácter paradójico de su trabajo donde se da una relación entre lo real y el discurso, que será el espacio mismo desde donde se dará la comprensión histórica, siempre al borde de un acantilado.

[Héctor GÓMEZ VARGAS. «Reseña de Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero de Roger Chartier», in Estudios sobre las Culturas Contemporáneas (México), vol. IV, nº 8, diciembre de 1998, pp. 143-147]

✍ Une vie pour l’histoire. Entretiens avec Marc Heurgon [1996]

1100144-gfJacques Le Goff es, sin lugar a dudas, uno de los grandes medievalistas franceses. Sus numerosas obras (Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, El imaginario medieval, El nacimiento del purgatorio…) han tenido no sólo una importante acogida, sino que, además, han contribuido a renovar la visión de esa época bisagra que es la Edad Media. Es una de las figuras internacionalmente conocidas de la escuela francesa de los Annales, la revista fundada por Lucien Febvre y Marc Bloch y luego dirigida por Fernand Braudel, revista en la que Le Goff fue durante muchos años uno de sus principales colaboradores. En este libro de entrevistas con Marc Heurgon, Jacques Le Goff retrata una «vida para la historia»: su infancia en Toulon (donde nació en 1924), sus años de formación en la École Normale Supérieure, en Praga, Oxford y Roma, y luego su carrera como universitario, la cual lo llevará a jugar un rol decisivo en la dirección de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). A través de un relato lleno de vida descubriremos, ante todo, su entusiasmo por recordar aquella «nueva historia» que contribuyó a forjar: una historia completa que se nutre de otras ciencias sociales y cuyo objetivo es comprender el pasado e iluminar el presente. Pero también encontraremos un relato de la aventura intelectual del equipo de Annales y de aquella VI sección de la École Pratique des Hautes Études (convertida en EHESS en 1975) que ha jugado y aún juega un rol fundamental en la proyección internacional de las ciencias sociales francesas. Un retrato atrapante de una gran personalidad de nuestro tiempo que asume su oficio con pasión, pero que también se muestra preocupado por los problemas de la Cité (tal como lo atestiguan sus incursiones en la política de los transportes urbanos o en la reforma de la enseñanza de la historia) y por los problemas de la construcción de Europa.

[Fuente: Éditions La Découverte. Traducción del francés por Andrés G. Freijomil]

✍ Hommes et femmes du Moyen Âge [2012]

9782081285583Cent douze portraits ; autant de reflets du Moyen Âge. Après un premier volume consacré à la Renaissance, les éditions Flammarion ont confié à Jacques Le Goff, l’un des plus éminents médiévistes contemporains, le soin de diriger cette somme biographique. Quiconque tenté de voir dans le Moyen Âge cet entre-deux barbare coincé entre les fulgurances de l’Antiquité et de l’époque moderne devrait lire d’urgence cet ouvrage. On y croisera des personnalités politiques, de Brunehaut à Saint Louis, mais aussi pléthore d’intellectuels, de marchands, d’ecclésiastiques – et même Viviane et Satan – dont les vies sont superbement illustrées. Les enluminures ne sont pas réduites à leur fonction décorative : comme au Moyen Âge, elles instruisent. On est ici bien loin du roman national, mais on le quitte pour en bâtir un autre. Parce que les héros d’aujourd’hui se doivent d’être les « lents créateurs de l’Europe », on a conservé saint Augustin et évoqué Averroès mais évité Byzance, attribué la découverte de l’Amérique aux héros des sagas islandaises sans pour autant sacrifier Colomb. Peut-être un jour se dira-t-on que l’on faisait l’histoire ainsi lorsqu’on construisait l’Europe.

[M. B. «Trombinoscope médiéval», in Le Magazine littéraire (Paris), nº 526, 2012, p. 14]

✍ Le Charivari [1981]

9782713207549Jean-Claude Schmitt nous prévient d’emblée : les Actes de la table ronde organisée en 1977 à Paris qui nous parviennent aujourd’hui ne forment qu’un dossier, et un dossier destiné à rester ouvert encore longtemps. Aussi bien le regard qu’il nous invite à porter sur ce volume n’est pas tant celui d’un critique sourcilleux que celui d’un lecteur compréhensif, cherchant à apprécier ce qui, dans ce recueil, aura fait avancer la recherche. Le projet était certainement ambitieux : des spécialistes de diverses sciences sociales (histoire, ethnologie, littérature, etc.) se rencontraient, pour une ample déambulation dans le temps (de l’antiquité grecque à nos jours) et dans l’espace (France, Allemagne, Angleterre, Espagne, Italie, mais aussi Haute Volta, Maroc et Nouvelle-Guinée). Il convient cependant de regretter qu’aucune étude théorique n’ait, d’emblée, essayé de poser le problème : ni l’article de Nicole Belmont, qui ouvre le volume (Fonction de la dérision et symbolisme du bruit dans le charivari, p. 15-21), ni celui de Claude Karnoouh (Le charivari ou L’hypothèse de la monogamie, p. 33-43), ne paraissent pas assez larges de visée et assez systématiques pour jouer ce rôle, et il faut attendre le début -le début seulement, car la suite dérive sur un autre sujet -de la communication de Carlo Ginzburg (Charivari, associations juvéniles, chasse sauvage, p. 131-40) pour voir posé clairement le problème fondamental de l’interprétation du charivari à travers une opposition entre le «formalisme» de Levi Strauss et le «fonctionnalisme» d’E.P. Thompson. De la même façon, seul le rapport introductif de Marc Augé (p. 388-90) essaie réellement de reprendre les apports des diverses communications pour s’en servir comme d’un tremplin vers de nouvelles hypothèses. Puisque dossier il y a, il nous faut donc malgré tout admettre qu’il s’agit d’un dossier curieusement structuré : chaque contribution perd un temps et un espace précieux à définir avec plus ou moins de bonheur l’objet charivari, et bien sûr, aucune de ces définitions ne concorde. Entendons-nous : il ne s’agit pas d’imposer une définition canonique, mais au moins d’être d’accord sur la grille à travers laquelle on veut analyser les phénomènes. Les contributions extra-européennes (R. Jamous, La parodie des valeurs : les cérémonies du mariage chez les Iqar’yens, p. 337 et p. 346), M. Godelier, Charivari chez les Baruyas de Nouvelle-Guinée, p. 347-52, et F. Héritier, Le charivari, la mort et la pluie, p. 353-60) paraissent de ce fait peu éclairantes; toute conduite de bruit n’est pas automatiquement à mettre en relation avec Je charivari, même s’il peut être utile pour comprendre le charivari de disposer d’une typologie de ces conduites de bruit (la solution adoptée autrefois par Altan Gokalp et Claude Gauvard, qui consiste à faire travailler ensemble, sur un même dossier de faits, un anthropologue et un historien me paraît singulièrement plus fructueuse). L’absence de réflexion théorique au stade de la préparation du colloque est aggravée par la fuite devant ces problèmes dans les discussions : par exemple, Claude Karnoouh affirme avec condescendance dans une communication par ailleurs très riche, que « certains auteurs persistent à voir dans Je charivari une forme d’opposition au mariage des veufs, car le remariage s’apparenterait en quelque sorte au «vol» d’une jeune femme par un homme d’âge «mûr». Or, c’est apparemment la position de la majorité des personnes qui ont présenté des communications au colloque, à commencer par Nicole Belmont, qui fait sienne la formule de Yan Gennep : «un mariage de ce genre (remariage d’un veuf ou d’une veuve avec une fille ou un garçon célibataire) n’apparaît ni plus ni moins qu’un vol, une fraude, une méchante manoeuvre…» (p. 18), sans d’ailleurs préciser exactement ce qui a été volé. Puisqu’on a pris la peine de publier les comptes rendus des discussions à la fin du volume, on pouvait espérer une belle empoignade entre les tenants de l’une et de l’autre position; on la cherchera en vain. De même qu’historiens et ethnologues ont, dans l’ensemble, tenu des discours parallèles ne débouchant sur aucune confrontation, les participants ont péroré avec le bon ton universitaire à la mode aujourd’hui, sans jamais s’affronter sur les questions essentielles; seule subsiste dans le compte rendu de Mireille Vincent-Cassy trace d’un débat réel entre E.P. Thompson et André Burguière. Si ce dossier est donc critiquable dans sa conception, il faut aussi reconnaître qu’il est riche, bien que la qualité et la visée des communications soient très disparates. Certaines communications frappent en effet par la fragilité et l’insuffisance de la matière factuelle sur laquelle elles sont édifiées. Mais la plupart sont excellentes : il en va ainsi de simples fiches portant sur quelques textes ou quelques faits, mais qui font bien le point sur un phénomène connexe (ainsi Pauline Schmitt, L’âne, l’adultère et la cité, p. 117-22, qui commente quatre textes grecs sur la sanction de l’adultère par une exposition et une promenade sur un âne; Evelyne Patlagean, Les «jeunes» dans les villes byzantines : émeutiers et miliciens, p. 123-29, par contre assez mal relié au sujet; M. Boîteux, Dérision et déviance à propos de quelques coutumes romaines, p. 237-50; et D. Lesourd, Strigatorii, une coutume de charivari roumaine? p. 109-14). D’autres articles présentent des panoramas très complets, ainsi pour l’Espagne (Julio Caro Baroja, Le charivari en Espagne, p. 75-96), pour l’Angleterre (Martin Ingram, Le charivari dans l’Angleterre du XVI’ et du XVII’ siècles : aperçu historique, p. 251-64), et pour l’Allemagne (E. Hinrichs, Le charivari et les usages de réprimande en Allemagne, p. 297-306). Une place à part, me semble-t-il, doit être faite à la remarquable étude de Christiane Klapisch-Zuber, La «mattinata» médiévale d’Italie (p. 149-64) qui est à la fois importante sur le plan de l’inventaire descriptif et sur celui de l’interprétation. Dans deux communications en principe complémentaires -mais pourquoi ne pas en avoir fait une seule à deux ?-, F. Lebrun (Le charivari à travers les condamnations ecclésiastiques en France du XIVe au XVIIe siècles, p. 221-28) et André Burguière (Pratique du charivari et répression religieuse dans la France d’Ancien Régime, p. 179-96) explorent l’apport (au fond assez maigre) des règlements et des condamnations ecclésiastiques. Les communications de Natalie Zemon Davis (Charivari, honneur et communauté à Lyon et à Genève au XVIr siècle, p. 207-20), étude minutieuse et théâtralisée de quatre charivaris qui tournèrent mal) et d’E.P. Thompson («Rough Music» et charivari. Quelques réflexions complémentaires, p. 273-84) poursuivent les réflexions de ces deux auteurs sur le problème du charivari, tandis que Martine Segalen (Les derniers charivaris? p. 65-74) et Claudie Marcel-Dubois (La paramusique dans le charivari français contemporain, p. 45-54) apportent des contributions utiles à la connaissance factuelle du problème. L’apport le plus important du volume me paraît cependant être un ensemble de communications sur Je charivari en Gascogne et au Languedoc, qui forme, si je puis dire, un dossier dans le dossier : sur le plan historique, Nicole Castan (Contentieux social et utilisation variable du charivari à la fin de l’Ancien Régime en Languedoc, p. 197 -206) met bien en valeur les aspects sociaux-politiques du charivari, même si celui-ci est déclenché à propos d’un remariage par le groupe des jeunes; ces aspects sont retrouvés pour l’époque moderne par Daniel Fabre et Bernard Trairnont (Le charivari gascon contemporain : un enjeu politique, p. 23-32). Le travail de ces auteurs me paraît bien montrer la voie à suivre; il ne sert à rien de collectionner les cotes d’archives et de juxtaposer arbitrairement toutes les conduites de bruit et les activités disparates des groupes de jeunes, mais il faut pour chaque épisode étudié reconstituer minutieusement le milieu social et politique dans lequel se produit l’événement (la pièce de théâtre, dirait Natalie Zemon Davis). Le dossier gascon va d’ailleurs dans le sens de E.P. Thompson. Il est complété par la monographie précise de Catherine Robert et Michel Vallière, «Lo Martelet», un charivari occitan à Lespignan (Hérault), p. 55-64, et par une série d’annexes (notamment X. Ravier, Le charivari en Languedoc Occidental : dénominations et usages, p. 411-28). Même s’il appelle des réserves, donc, cet ouvrage est extrêmement intéressant : regrettons seulement qu’il donne un peu l’impression d’une occasion manquée.

[Jean-Philippe GENET. «Le Charivari [La cencerrada], par Jacques Le Goff et Jean-Claude Schmitt» (reseña), in Archives des sciences sociales des religions, vol. LIII, nº 2, 1982, pp. 319-321]