➻ Johann Joachim Winckelmann [1717-1768]

por Teoría de la historia

ps357497_lEl interés por la obra arqueológica, estética y crítica sobre las artes antiguas, de Johann Joachim Winckelmann, ha sido grande y espectacular en su tiempo y constante sin interrupción desde entonces hasta nuestros días. Winckelmann es una expresión típica de la apertura de la Ilustración hacia los tesoros de la Antigüedad, distinta y distante por su naturaleza de la apertura característica, humanista por excelencia, del Renacimiento. Por otra parte, con Winckelmann comienza aquella propensión específica de la cultura alemana por una «Ueberleben der Antike», característica en espíritus excelsos como Lessing, Hölderlin, Goethe, Schiller, Hegel y el mismo Marx (estos últimos enamorados ambos del arte clásico, cuya lejanía hace que hablen ni más ni menos que de la muerte del arte), y, poco después, Nietzsche y toda la fecunda serie de grandes espíritus germanos llegando a Wölfflin y los grandes historiadores alemanes del arte del siglo XX. Winckelmann es contemporáneo de Vico, teórico de la «sabiduría poética» y conocedor profundo de los valores artísticos de la Antigüedad, y de Lessing, cuyo célebre Laoconte conserva hasta hoy, en un terreno distinto pero de un valor similar al de Winckelmann, toda su frescura y actualidad. Y es contemporáneo del famoso Giovanni Battista Piranesi que a su manera sirve también él en el proceso de gestación de una disciplina del espíritu y una propensión artística que se llama arqueología. Así, mientras Winckelmann estudiaba el arte antiguo, de una manera diferente que los escritores de arte célebres en el Renacimiento (Vasari, León Bautista Alberti), aspectos diversos de aquel Arte, Piranesi, artista grande cuyo influjo será grande y profundo en los románticos, nos ofrece, como ha dicho Marguerite Yourcenar, una visión onírica de los monumentos antiguos. Sobre todo de los de Roma. La de Wínckelmann fue una arqueología histórica, crítica y valorativa. La de Piranesi una arqueología viva y alucinante al mismo tiempo, que crea una unidad indestructible entre las ruinas del monumento artístico, la naturaleza que le invade y el hombre el cual, en un marco monumental y natural, consume su tragedia humana sin fin. Tanto Winckelmann como Piranesi son espíritus característicos de una mentalidad barroca. En cambio Lessing, al igual que el poeta Hölderlin algo después, quiere identificarse con el mundo clásico, a cuyo renacimiento espiritual quiere contribuir, como lo hace con su Laoconte. Roma, Venecia, Verona, Paestum, Herculano, Pompeya, estarán presentes en la atención, aunque con intencionalidad distinta, tanto en los diseños y escritos de Piranesi, como en los estudios originales de Johann Joachim Winckelmann. Una generación después de la trágica muerte, en Trieste, de Winckelmann, el gran Goethe, grande enamorado de los valores de la Antigüedad y de los lugares donde estos valores brillaban todavía, escribe un interesante trabajo sobre su célebre contemporáneo y compatriota. El escrito de Goethe lleva por título escuetamente Winckelmann y es del 1805. Recuerda Goethe en su escrito que existen hombres que dejan tras sí una herencia fecunda para todas las generaciones. Su obra se toma así una realidad inefable. En este sentido considera Goethe el interés de sus contemporáneos por la figura, el carácter y las producciones de Winckelmann. Considerado como hombre excepcionalmente dotado, por su sensibilidad, su cultura, su amor por los valores espirituales y artísticos de un mundo antiguo que él descubre primero en su estancia en Dresde y su contacto con Mengs y después en Roma y en toda Italia y en sus monumentos de la Antigüedad. «La naturaleza había colocado en él», escribe Goethe, «lo que hace y adorna al hombre». Toda su vida estuvo consagrada a estudiar al hombre y el arte. Infancia agitada, estudios insuficientes, incoherentes, difusos y desiguales. Pero en sí mismo pulsaban los gérmenes de una facilidad deseable y posible. Fue constante su interés en averiguar con sus propios ojos las situaciones del mundo. En forma confusa, pero enérgica. El acercamiento a Winckelmann ofrece al Goethe motivos de reflexión sobre lo antiguo. Winckelmann fue un modelo de hombre moderno que descubre la verdad del mundo antiguo, que descubre «das glucklichelos der Alten, besonders der Griechen in ihrer besten Zeit». Solamente una naturaleza sana y fuerte como la de Winckelmann podía llegar a reflexionar con vigor y con autenticidad sobre la verdad de lo Antiguo. Para realizar su obra, Winckelmann debió llegar a ser una combinación de varias actitudes y debió sentir la naturaleza, en cuanto individualidad excepcional, como un todo bello, digno, armonioso y verdadero. Winckelmann se halla en posesión de una naturaleza clásica, en la vida y en los estudios, en la inteligencia de los objetos. Fue un hombre abierto a la sensibilidad pagana y sus peculiaridades. Solamente así logra conseguir una descripción de lo Antiguo. En sus escritos y en sus actos irradia un sentir pagano, lejano de cualquier mentalidad cristiana, afirma Goethe, él mismo identificado con este modo de ver y valorizar las cosas. Para él y según él, para Winckelmann mismo, los antiguos fueron hombres verdaderamente integrales con una profunda necesidad de amistad y belleza. Unidad ontológica ve Goethe, y en Winckelmann encuentra el ejemplo más fiel de esta visión, entre «Heidnisches», «Freundschaft» y «Schonheit». Abierto hacia esta unidad, el hombre se eleva en la naturaleza para poder penetrarse de perfecciones y de virtudes, sublimándolas en su obra artística. «De esta belleza era capaz Winckelmann por su propia naturaleza, por cuanto esta belleza le había llegado de los antiguos desde los cuales recibió la percepción de los objetos de arte plástico y de donde también nosotros los aprendemos para después distinguirlos y apreciarlos en las creaciones de la naturaleza viva». Amistad y belleza se concentran así en los objetos. Goethe reflexiona luego sobre la integración romana de Winckelmann. Se trata de un proceso de adaptación angustioso. Angustioso sobre todo por las situaciones psicológicas que va creando. Winckelmann no admira la religión católica. Posee una naturaleza proclive a percibir los tesoros y valores del arte antiguo. Está animado, para apreciar los tesoros antiguos, de la alegría del goce. Ya en el período de Dresde había publicado su obra definitoria, actualizando el concepto griego de la Mimesis: «La imitación de las obras griegas en pintura y escultura». Para Winckelmann, según Goethe, «Roma es el lugar donde se concentra toda la Antigüedad». Pero no solamente Goethe se dirige a Winckelmann con respeto. Schiller mismo en la Educación estética (1793-95) reconoce que para su concepto de la «Gestalt» se inspira en las ideas de Kant sobre lo bello y el concepto del arte, al mismo tiempo que «aparece visiblemente influenciado por Winckelmann al que tuvo entre sus contemporáneos (entre los cuales Goethe mismo) y después un prestigio, del cual difícilmente se puede uno dar cuenta, si no se piensa en un crédito suyo como «conocedor especial» (Raggianti). La «lebende Gestalt» de la estética de Schiller encamina la actividad del arte hacia una misión formadora y educadora. Se trata de una combinación ontológica entre vida sensual, arte y belleza. A pesar de que se trate de personalidades tan distintas como formación y sensibilidad, también Lessing se encuentra aliado de la concepción de lo antiguo que posee Winckelmann. En su Laoconte o De los límites de la poesía (1766), Lessing afirma que la pintura es una poesía muda y la poesía una pintura hablante. Vuelve el lema horaciano ut pictura poiesis. Lessing se reclama de Simónides de Ceos (el Voltaire de Grecia). Por eso Lessing vuelve al paralelismo adoptado por Winckelmann, entre el Laoconte vaticano y los versos de Virgilio en la Eneida. El arte no hace sino completar la poesía. La definición de Lessing es del 1766 y sigue al Winckelmann de los Pensamientos sobre la imitación de las obras griegas que es del 1755 y constituye en muchos aspectos una antítesis, estableciendo la heterogeneidad del arte visual y de la poesía verbal ordenadas por la sensibilidad del espacio y del tiempo. La doctrina tradicional pictura ut poiesis y las doctrinas recíprocas muestran en la crítica lessinguiana su artificial arbitrariedad, como se ve en la casi caricatura hecha de Caylus y sus elementales mezcladores de poesías en pinturas. Estos antecedentes son simplemente ignorados por los que han vuelto a plantear la iconología o ciencia de las imágenes que continúa la vetusta literatura sobre el arte fundada en el supuesto que el arte sea visualización de la poesía o del discurso o que el signo sea materialización visiva, semántica o simbólica de la palabra, la cual con el discurso verbal será el principio general de las artes. Este residuo histórico que ha llegado a ser académico, ha continuado a pesar de toda la autonomía del arte, desde Herder hasta Fiedler y a mi mismo, incluyendo hasta las estéticas del naturalismo y de la psicología (Cario Raggianti, La critica della forma, pp. 14-15). Volviendo ahora al nexo de Winckelmann con Roma, Goethe viene a decir que, como no se puede comparar a Homero con ningún poeta, así tampoco puede compararse Roma con ninguna otra ciudad. Antes del encuentro con Roma, hay otro acontecimiento en la vida de Winckelmann. Su encuentro con Mengs. Fue Mengs el que puso a Winckelmann en contacto con el arte antiguo, con las obras antiguas a saber con las obras bellas, las cosas más excelentes. Mengs lo determina a apreciar la belleza de las formas y el modo de tratarlas. Fue decisivo el influjo de Mengs y su obra Pensamientos sobre la belleza y el gusto en la pintura. Fue en el periodo de Dresde y en compañía de Mengs cuando Winckelmann entra en contacto con la idea platónica de la belleza como reminiscencia de la perfección divina (Fedro). De la perfección de la materia surge la idea que de ella nos formamos. Mengs brinda estudios interesantes sobre el claroscuro en Rafael, Correggio y Tiziano, sobre el estilo de lo sublime, lo natural, lo vicioso, sobre el color, la invención y la composición. Entre las Cartas familiares de Winckelmann encontramos reflexiones sobre Mengs y su influjo e igualmente el Elogio que Heyne hace del propio Winckelmann, exaltando su obra histórica y crítica. Heynes es Consejero en la Corte del Elector de Brunschwig y profesor de elocuencia y poesía en Gotinga. Considera que todas las dotes y conocimientos necesarios para comprender el mundo antiguo, Winckelmann las poseía en un grado superior a cualquier estudioso de la Antigüedad: literatura griega y romana, lenguas, critica gramatical. «El sefior Winckelmann enciende en medio de Roma la llama del sano estudio de las obras de los antiguos. Formado en el espíritu de los antiguos, ejercitado en una buena critica combinada con los conocimientos gramaticales de las lenguas de la sabiduría, acostumbrado a beber en las fuentes mismas y a realizar una lectura comparada de los autores griegos, familiarizado con los poetas y las fábulas, le fue fácil llegar a la certeza tanto en las explicaciones como en las conjeturas mismas. Hizo caer gran número de principios arbitrarios de los antiguos prejuicios. Su mérito más grande fue el de haber indicado la verdadera fuerza del estudio de la Antigüedad, que es el conocimiento del Arte». Este era el prestigio de Winckelmann entre sus contemporáneos. No solamente en Dresde y en el Vaticano, sino también en Viena donde goza de la simpatía y la protección de la emperatriz María Teresa y del canciller Kaunitz. Un ensayo sobre El estilo en la escultura de la época de Fidias y la obra Sobre el gusto en los artistas griegos, marcan el influjo de Mengs sobre la idea del arte antiguo que posee Winckelmann. Recoge el concepto de individualidad artística y las reflexiones de Quintiliano sobre la semejanza entre los artistas plásticos griegos y los oradores romanos. Arte plástico y Elocuencia, completan la relación entre Poesía y Pintura. Winckelmann centra su atención en los pintores griegos. Más adelante nos referiremos a un periodo aún más significativo y anterior a Polignoto, Aglaifon, Zeuxis y Parias. Winckelmann habla en aquella ocasión de las leyes de la luz y la sombra, de las líneas en la dinámica del dibujo. Trata de Policteto y de la perfección absoluta en Fidias, Lisias y Praxiteles. Volviendo a la personalidad de Winckelmann, Goethe ve en sus obras, en sus cartas familiares y en otras manifestaciones, la identificación con el destino de una vida de plenitud. Lo coloca en compañía de Kant, como figura que abre la edad moderna. Goethe le considera un Hombre feliz a pesar de su trágica muerte. Había alcanzado la gloria y la felicidad en su propia Patria y fuera de ella. Había gozado de testimonios de gran amistad y estima pública. Había llegado a la cima de la existencia humana. Había vivido como Hombre y como Hombre había dejado este mundo. Había encarnado el mito goetheano de Fausto. Se conserva joven en el mundo como nuevo Aquiles. Goethe evoca el estudio de Winckelmann sobre la Barberini, Nozze Aldobrandine, Edipo, Cuadros del Monte Palatino, Villa Albani, Museo de Herculano, pinturas de los Cinabrios. Conoce la obra de Vitrubio, Petronio, Aristóteles, sabe estudiar los colores y la manera de pintar de los griegos. Su trabajo se extiende a las pinturas sobre estatuas, los mosaicos, pinturas murales. Esencial es para Winckelmann la línea elíptica, que a la manera de Hogarth, anticipador inglés de algunas ideas suyas, describe lo bello, también cuando no lo aisla de su contexto. Se trata de la presencia de los conceptos de la estética ilustracionista inglesa de la «serpentine line» o «wawing line», de la gracia ondulante de la Belleza. Leonardo había fijado los principios de la Pintura como Ciencia. En cambio Lessing, Winckelmann y los ilustracionistas y también Hegel luego, en su estudio sobre el arte clásico, serán partidarios de una estética de la belleza ideal. El concepto platónico de la insignificancia del arte, es, por otro lado, presente en Winckelmann. Su academicismo y sus teorías del carácter metafisico hedonístico del arte, lo acerca a las teorías y las clasificaciones con que Lessing abre toda una época que se prolongaría hasta la psicología y la sociología del arte de nuestros días (Wölfflin-Francastel). Pero en el centro de la idea de Winckelmann sobre el arte, queda el concepto de Belleza que nutrirá la Estética de Hegel y toda una categoría de estética idealista. Winckelmann ha abierto anchos caminos de la concepción del arte antiguo. Pero con él estamos todavía lejos -y su importante libro sobre Historia de las Artes del Diseño en los antiguos es la prueba- de un conocimiento verdaderamente fundado críticamente sobre los orígenes mismos de la pintura griega, en muchos aspectos prodigiosa, de Winckelmann, con algunas consideraciones sobre los descubrimientos del maravilloso período primitivo de las mismas artes del diseño en los antiguos. En un reciente trabajo sobre Euphronios o La primera perfección (Revista Arteguía, Madrid 1991), hemos tenido la ocasión de completar la referencia a Winckelmann, con aquellas reflexiones nuestras. En efecto, cualquier nueva peregrinación artística puede brindar hoy encuentros y combinaciones excepcionales para el espíritu. Atravesar las Tullerías en una tarde otoñal dorada para un encuentro renovado y acaso más feliz con los impresionistas que el Museo d’Orsay ha logrado disponer de una manera que se puede definir perfecta. Volver sobre nuestros pasos en el mismo parque parisiense y penetrar en el Louvre esta vez en busca del encuentro prodigioso con la pintura de Euphronios, artista ateniense del siglo VI a.C. auténtico acontecimiento artístico de la vida de la capital francesa, que la prensa y la crítica de mejor cualidad acogían con un entusiasmo poco frecuente. Veintiséis siglos separan a los impresionistas de este lejano precursor de la pintura de todos los siglos. El visitante con la pupila todavía cargada de colores, del diseño, el paisaje y los retratos impresionistas, llegando ante el singular tesoro de ánforas, copas, vasos y cálices y cratera con pinturas de Euphronios realizadas un siglo antes de Fidias, entra con toda naturalidad en un paisaje familiar. Encuentra a un artista completo que nada tiene que ver con los primitivos,_ ni siquiera con los prodigiosos artistas griegos de las Islas, los primeros que llaman la atención del visitante en el Museo Arqueológico de Atenas. Euphronios es un artista de hoy, que encarna aún la perfección primigenia de la pintura. No se trata de una curiosidad sino simplemente de un prodigio. Hace muchos años, los investigadores, los críticos y los coleccionistas han manifestado interés creciente por este artista. Hace años, el Caballero tracio del museo de Munich y el arte del pintor de las figuras en rojo, han tenido grandes admiradores y entusiastas. Hasta fines del siglo XVIII poco se había sabido de este artista, cuya obra había circulado ampliamente en el universo helénico y había penetrado en Etruria, casi solamente con la secreta intención de descontar a los entusiastas del arte etrusco durante generaciones. Entre Homero y Sófocles, Euphronios, el pintor ilustre de los mitos, los banquetes de la plenitud de la vida y del vivir cotidiano que luego celebraría Hesíodo, marca toda una civilización solamente con su firma al pie de sus pinturas: «Euphronios ha diseñado esto». Mitos y leyendas inscritos en el poema de Homero están allí. Allí está la perfección misma, la cratera en cáliz con el tema de la muerte de Sarpedón, dibujado hacia el 515. Llevado el cuerpo muerto de Sarpedón, según los versos homéricos, por los «gemelos que son el Sueño y la Muerte» al gordo y vasto país de Licia. Con Euphronios la civilización ateniense emerge de las leyendas y los mitos y accede a una figuración insuperable. Más que un pionero entre los pioneros, Euphronios es un artista grande sin fallo, igual a tantos grandes que llenan los siglos de arte. Es, cronológicamente, la perfección primera, pero es al mismo tiempo esto: la perfección. A diferencia de los predecesores, él dibuja sus figuras en rojo sobre fondo negro. Introduce el pincel en la pintura, en sustitución del diseño inciso. Así alcanza la precisión y la sutileza, absolutas. Nace una nueva estética de la pintura, hermana de la gran plástica del siglo siguiente griego. Los volúmenes de los cuerpos humanos son tratados con una precisión muy grande. Personajes múltiples, de la mitología y de la vida corriente, son temas corrientes de su arte caracterizado por su complejidad y su gracia. El artista quiso ser y fue un personaje célebre de la vida de Atenas de su tiempo. Por su obra y su prestigio superó el mundo griego. De ahí el hecho curioso que la obra de Euphronios en su mayor parte, conservada hasta hoy, proceda de la necrópolis de Etruria. El destino de la cultura presenta así sus curiosos avatares, si no por otra cosa, por confundir a los artífices de la teoría sobre comienzos o fines de la Historia. Desde hace muchos años, estudiosos de Nueva York, Oxford, París, Munich o Atenas, han mostrado la importancia de Euphronios que supera a todos los artistas pintores de su tiempo, especialmente pintores de vasos y es reconocido por la sociedad de su tiempo, el de Pisístrato, como representante de una sociedad ya penetrada de cultura griega. La reciente Exposición en las salas del Louvre, con más de sesenta piezas de valor, se sitúa adecuadamente bajo el signo del discurso amoroso y del banquete cotidiano. Fue el canto eterno del Banquete griego, según el canto de los tiempos primordiales: «Bebe conmigo, juega conmigo, lleva una corona conmigo. Conmigo cuando hago el loco debes ser loco y sabio cuando yo sea sabio». Johann Joachim Winckelmann se hubiera sentido feliz en compañía de Euphronios, pintor de la perfección primigenia.

[Jorge USCATESCU BARRÓN. «Johann Joachim Winckelmann, un perfil», in Estudios clásicos (Madrid), vol. XXXIV, nº 101, 1992, pp. 77-86]