✍ Sabios y marmitones. Una aproximación al problema de la modernidad clásica [1993]

por Teoría de la historia

getBookImgSiento una enorme satisfacción en comentar para Estudios Sociales el texto de José Emilio Burucúa publicado en Buenos Aires en junio de 1993 no sólo porque el historiador, en esta nueva empresa, reúne una buena cantidad de temáticas -ciertamente no convencionales- que componen el corpus de sus clases para los alumnos de la Cátedra de Historia Moderna a su cargo, sino que la misma da muestras una vez más de la seriedad de su trayectoria intelectual en lo que concierne a la siempre inquietante problemática de las representaciones colectivas, tema que Burucúa viene trabajando hace tiempo preferentemente desde la interpretación del lenguaje iconológico. Aun cuando el autor nos ha habituado a deleitarnos periódicamente con la originalidad que imprime a su trabajo de historiador a través de la búsqueda de resignificaciones en el vasto universo de las formas, esta vez el placer no disimula la sorpresa que nos provoca toparnos con un libro sobre historia europea producido en estas latitudes atendiendo el caudal de dificultades fundamentalmente metodológicas que empresas de este tenor generalmente conllevan y, en particular, cuando comprometen tratamientos aún novedosos en nuestro medio historiográfico como es el caso de las exigencias específicas que plantea la construcción de historia cultural. En efecto, estamos frente a un análisis de historia cultural dirigido a realizar un rastreo genealógico de aquellas utopías nutridas por la «vitalidad modernista» que en algunos casos sobrevivieron para insertarse en el ambicioso proyecto de «libertad e igualdad» del siglo XVIII dirigido a alcanzar un estado de «felicidad» del conjunto de la sociedad y, en otros, fueron reabsorbidas o cooptadas, en el largo camino, por otra vías alternativas. El encuentro, la coexistencia así como la circularidad de pautas culturales y tradiciones pertenecientes a los grupos de élite y a los sectores no-ilustrados -de ahí el llamativo título de Sabios y Marmitones- es el núcleo problemático del planteo teórico en el período de la «modernidad clásica» que el autor ubica entre los siglos XVI y XVIII. Burucúa abre el texto expresando su desconfianza hacia cierta «pasividad» de la cultura popular frente a las supuestas imposiciones de los círculos de poder a los que la historiografía -en términos generales- ha adjudicado con insistencia la responsabilidad del clima ideológico-mental que colorea una época histórica. Entonces se lanza con determinación a salvar distancias en el polémico clivaje «cultura de élite-cultura popular» que despertó una prolongada discusión epistemológica que reconoce su origen -en términos amplios- en los planteos renovadores del clásico de Mikhail Bakhtine de 1970 «L’oeuvre de François Rabelais et la culture populaire au Moyen Âge et sous la Renaissance» y se ha extendido más acá de la aparición del inquietante Menocchio de Ginzburg. El debate, en pocas palabras, se ha esgrimido entre los historiadores que sostienen la imposibilidad de franquear las fronteras teórico-metodológicas que se erigen en impedimento para un tratamiento intercomunicacional entre ambas culturas y aquellos que defienden posibles interrelaciones. Burucúa se sitúa en una posición intermedia con centrándose en repasar, a lo largo de un prolijo recorrido historiográfico, lo más granado de la historiografía europea en cuanto a estudios inherentes al tema de la sensibilidad colectiva se refiere, recalando en aquellos exponentes de lo producido sobre «núcleos de convergencia» cultural con el propósito de mostrar la factibilidad de interconexión entre rasgos pertenecientes a ambas formas culturales a pesar de las tan mentadas dificultades metodológicas. En efecto, en la primera parte del libro realiza una retrospectiva fijando su atención en los nudos teórico-metodológicos indicadores del «matrimonio» entre segmentos culturales presentes en el estudio de la «taumaturgia real» (M. Bloch), de la «credulidad-incredulidad» (L. Febvre), del «miedo» (G. Lefebvre-J. Delumeau), de la «muerte» (P. Ariès-M. Vovelle), a mas de expresiones colectivas como la «fiesta-carnaval» (M. Bakhtine-Le Roy Ladurie); destacando los aportes altamente valorables por su creatividad y por la energía que le han inyectado a la polémica de D. Cantimori y C. Ginzburg; de los estadounidenses N. Davis y R. Darnton al proponer «mecanismos de comunicación o transmisión entre ambos estratos»; así como la gigantesca tarea, en este mismo sentido, del Instituto Warburg. Después de guiar al lector en estos registros historiográficos, Burucúa ahora sí emprende la ardua tarea de poner a prueba su hipótesis central basada en un «rechazo matizado de la ‘teoría del abismo’, de esa separación profunda entre las creaciones materiales e Intelectuales de las élites y del pueblo» en el período seleccionado, para lo cual se vale de operaciones metodológicas portadoras de inesperados recursos testimoniales dirigidas a desbrozar los que él denomina «aspectos críticos» del proyecto moderno. Las duplas «guerra-pacifismo», «tolerancia-fraternidad» y el difícil tema de la «melancolía» son los emergentes «modernos» de profunda significatividad para los hombres de la época que J. E. Burucúa inteligentemente ha seleccionado para comprender la trama que, lentamente, a lo largo de estos siglos, va tejiendo la que en el XVIII será la mentalidad revolucionaria: pero también se trata de problemáticas que despiertan la inmediata curiosidad del lector tanto por la originalidad que anticipan como por las dificultades hermenéuticas que implican. Así es que la evolución que viven las formas del pensamiento y la actitud colectiva hacia la guerra, las herejías, la tolerancia y fraternidad entre los hombres son preocupaciones teóricas de la teoría política y de la psicología colectiva que Burucúa sigue en sus mutaciones desde el despertar de la modernidad hasta llegado el siglo XVIII, las que le permiten ir demarcando con cuidado los paralelos entre las visiones del mundo que ambas esferas de la cultura construyen al respecto. En el análisis de estos temas, Burucúa recupera el planteo de la «teoría de las tres R», que postula una relación de continuidad entre tres momentos históricos: el Renacimiento, la Reforma y la Revolución. Afirmación fuerte, por cierto, que desafía una larga tradición historiográfica que ha postulado las bondades explicativas de la noción de «crisis» en lo que se refiere al estudio de las bisagras temporales constituidas por los reajustes del sistema (crisis del siglo XIV) y por las estribaciones del feudalismo (crisis del siglo XVII). Entonces, para alcanzar los ciertamente ambiciosos objetivos que se ha propuesto, en el sentido de ir trazando líneas de continuidad, echa mano a la lectura de representaciones colectivas en la pieza literaria, la ópera, los hábitos culinarios, en el firme intento de trasponer el umbral ilustrado y encontrar en sus repliegues señales del protagonismo de la cultura popular en la configuración de la «nueva cultura que se abría paso desde el 1500» que abrigara en su interior la intrincada construcción de la fórmula revolucionaria de libertad, igualdad, fraternidad. Buscando, casi con ahínco, posibles vectores entre la cultura de élite y la cultura no-ilustrada, Burucúa se vale también del recurso, siempre convincente, de la historia de las ideas. Maquiavelo, Erasmo, Shakespeare, Bodino, Bacon, Balzac, Rabelais, D’Alembert, Voltaire, Diderot son algunos de sus interlocutores teóricos en cuyos escritos el autor recala con el propósito de atisbar en sus tratados, memorias, piezas literarias, aquellos indicadores legitimantes de la convergencia que le preocupa comprobar en el tiempo largo. Estos intelectuales aparecen ante nosotros como «intermediarios culturales», intérpretes y también voceros del sentimiento general hacia los temas convocantes; opiniones y planteos teóricos-doctrinarios que se enhebran a expresiones de la mentalidad colectiva a través de por momentos muy extensas citas que logran respetar el fluir discursivo para evitar sesgar las distintas formas del pensamiento de la otredad. Con todo, la operación analítica que realiza sobre segmentos de la obra mozartiana y la manera en que Burucúa la coloca en el interior del estudio histórico -también como condensadora de la cosmovisión popular- es uno de los rasgos metodológicos que más conmueve al lector no sólo por la sutileza que requiere esta delicada tarea analítico-interpretativa sino por el diálogo que el historiador mantiene con los enigmáticos vericuetos de la música, llegando a matizar las pulsaciones de la temporalidad histórica con los tempos de la composición musical («[…] la música que acompaña el canto del noble abusivo y despótico es bella por sus legati y por sus arpegios, pero salta bruscamente a una melodía entrecortada, de ásperos golpes de cuerdas, de modo que las partes de Don Juan raramente culminan plácidamente en el acorde de la tónica […]»). Desde nuestra óptica historiadora, el clímax se produce cuando Burucúa da un paso metodológico infrecuente en nuestro oficio y trabaja el pensamiento ilustrado desde la composición operística de Da Ponte-Mozart. A través del minucioso análisis de Las Bodas (1786), Don Giovanni (1787), Cosí fan tutte (1790) y La flauta mágica (1791) va delineando especie de frisos que muestran la actitud de cambio de los homines novi frente a cuestiones de la vida diaria como la guerra, el conocimiento, el amor, el cuerpo. En cuanto a la problemática del saber, ésta se inscribe en las nuevas direcciones que desconfía de las mostraciones pseudocientíficas de la época -léase mesmerismo, fisionomía lavateriana, navegación aerostática- las que, sin embargo, nutrirán con sus postulaciones el corpus ideológico-científico del proyecto moderno aun con la carga de ironía y escepticismo esgrimida por el discurso crítico de la Ilustración, al que no está ajeno el tono de burla mozartiana. La obra magistral de Mozart le brinda al historiador «la síntesis más acabada de la polaridad que conjuga la ilustración, donde se anudaban la razón y la fantasía, el optimismo y la tristeza, la risa y el llanto» al aceptar su obra dos lecturas: «una literal, propia de la narración fantástica que es, y otra simbólica e ‘ilumnista’ que la convierte en un rebus para ilustrados». Mozart no esta solo en la tarea interpretativa de la mentalidad de la modernidad. Al estilo de Huizinga, Burucúa busca, también, la explicación de los fenómenos que le preocupan en algunos exponentes de la pintura renacentista. Detalles de la obra de Bruegel el Viejo abren y cierran el libro. No es casual que así sea si pensamos que Burucúa pone en escena una multitud de ojos que escudriñan no sólo las formas del pensamiento moderno sino también los comportamientos colectivos, en este sentido el pincel de Bruegel se reconoce el apropiado porque su obra conforma una serie ininterrumpida que registra, desde su visión erasmiana, la locura, la estupidez y la ignorancia del «mundo popular». A Burucúa Bruegel le interesa porque ha sido conocido como «el pintor de los campesinos» por su dedicación en plasmar en sus telas -con increíble originalidad técnica- la vida cotidiana de la aldea septentrional en los inicios de la modernidad, testimonios que a más de su belleza estética trasuntan para el historiador una significatividad semántico-figurativa que desborda los límites de la Europa del norte, legitimándose su obra como decodificadora de la mentalidad moderna. Por último, subrayo el interés que despierta el abordaje, desde la historia, del complejo tema de la melancolía para el cual Burucua establece las secuencias de cambio en su conceptualización desde la antigüedad hasta el siglo XVIII en el que es inscripta en «el campo de la patología pura y simple». En cuanto el período que aquí interesa, el autor sostiene que la modernidad clásica ubica al individuo frente a su propio destino: esta situación históricamente inusual provoca en el hombre una profunda angustia, generadora de estados melancólicos entendidos como males psicosociales, concepción ésta que coexiste por algún tiempo con las antiguas y tradicionales teorías clasificatorias basadas en el temperamento humoral. Burucúa trabaja el problema de la melancolía sobretodo en dirección a la soledad del artista de la modernidad clásica y al desconcierto que le provoca su propia creatividad. Con este fin, el historiador inicia un recorrido sumamente ilustrativo sobre las manías de algunos renombrados artistas para reflexionar sobre el atormentado mundo interior signado por las crisis de iracundia de Miguel Ángel, las excentricidades de Piero di Cosimo, la fobia de Pontormo ante la proximidad de un cadáver y la flagelación de Durero al autorretratarse como un Cristo sufriente. En el paso del siglo XVII hace hincapié en la trágica existencia de Caravaggio, de Valentín y en los suicidios del pintor Testa y del arquitecto Borromini así como el estado de pobreza en que Rembrandt se sumerge en defensa de la independencia de su arte. No sorprende, entonces, que en 1621 Robert Burton publicara La Anatomía de la Melancolía. La tesis fuerte de Burucúa al respecto es que si bien la teoría de los temperamentos desapareció con el correr del tiempo, la melancolía sobrevivió hasta la actualidad bajo la forma de la depresión hasta convertirse en el «mal del siglo» que arrastra al hombre a ser artífice de su propia destrucción. Con todo puede llamar la atención del lector la ausencia de referencia a El hombre del Renacimiento de Agnes Heller y a Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault teniendo en cuenta que ambas obras se ocupan del problema como componente vital del drama shakespeareano, aspecto que también preocupa al autor. Cerrando este comentario, pienso que a raíz del caudal de incertidumbres a las que nos enfrenta Burucúa a lo largo del texto resulta oportuno volver a Heller, en Teoría de la Historia, quien basándose en la obra pictórica del decimonónico Gauguin se pregunta «¿de dónde venimos, qué somos, adónde vamos?», interrogantes que le importa responder para ubicar al hombre en su propia historicidad. Justamente estos tres interrogantes, sintetizadores del fluir de la temporalidad humana, son los que también inquietan a Burucúa a lo largo de este libro en cuanto resignificantes del autoconocimiento del hombre. «Nuestro periplo se termina. Habíamos comenzado con los flagelos habituales de la vida en el siglo XIV. Terminamos con las mismas calamidades acechando a los hombres en los prolegómenos de una era anunciada de felicidad. Entonces, la ciencia y el arte, el anhelo de fraternidad real, prometían ser buenas armas para luchar. Han pasado dos siglos, el horizonte se aclara (cae el Muro de Berlín, los pueblos del centro y del este de Europa conquistan su libertad, se consolidan los regímenes democráticos en América Latina) y se oscurece a la par (el capitalismo abandona todo intento de construirse un rostro humano, nos amenazan la devastación ecológica, el SIDA y los nuevos fanatismos que esos peligros encenderán)». Para el autor estas son las sombras que cubren el fin del milenio, sin embargo, al concluir las líneas dedicadas a la memoria de José Aricó, augura con su siempre renovado optimismo que «del luego de las cocinas tal vez se desprenda la nueva aurora». Profesor de Historia Moderna en la Universidad de Buenos Aires -en las primeras líneas previene al lector sobre que «este libro es un conjunto de clases»-; estudioso del arte barroco; poseedor de una exquisita sensibilidad para la decodificación de la imagen; siempre preocupado por los planteos teóricos de la iconología; incansable lector y buen escritor, José Emilio Burucúa es el historiador capaz de asir la materia histórica en las profundidades de lo que se ha dado en denominar su «revés» ubicándose su análisis en las antípodas de lo meramente aparencial al realizar una genuina tarea arqueo-antropológica de materiales tan cuidadosa y pertinentemente seleccionados. Cuando nos preguntamos hacia dónde va la historia como disciplina social, seguramente sería un buen punto de partida fijar la atención en este elaboradísimo Sabios y Marmitones, producto de una prolongada y generosa trayectoria docente-investigativa.

[Gigi GODOY. «Sabios y Marmitones. Una aproximación al problema de la modernidad clásica, José Emilio Burucúa, Lugar editorial, Buenos Aires, 1993» (nota bibliográfica), in Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral (Santa Fe), Año IV, nº 6, primer semestre de 1994, pp. 179-183]