✍ La Rive Gauche. La elite intelectual y política en Francia entre 1935 y 1950 [1994]

por Teoría de la historia

Pasaron lustros y potentes convulsiones históricas antes de que un estudioso de reconocido prestigio, Herbert Lottman, escribiera este libro, y nosotros hayamos podido leerlo cautivados por su intensidad. Nada menos ha sido necesario que se extinguiera la llamada guerra fría y desapareciera la Unión Soviética. Es curioso que todo eso, incluido el asunto del libro, parece haber ocurrido hace mil años, cuando en realidad es un recuerdo próximo y candente de algo vivido que ha dejado su huella imborrable en nuestra manera de ser. Así, nada tiene de raro que el lector devore el libro. Lottman es un narrador de talento, como lo prueban sus excelentes biografías de Camus, Flaubert y Colette, y la descripción objetivada que hizo de «La caída de París». Maneja los ingredientes históricos con un sentido admirable del arte narrativo, que no empañan el rigor y la credibilidad que se espera de un ensayo de esta naturaleza. El periodo acotado por Lottman es significativo: de 1935 a 1950; de la depresión que en Europa abrió las puertas a la hegemonía del nacionalsocialismo y abocó a la guerra, hasta la posguerra con los oscuros procesos de depuración y el auge de una doctrina de supervivencia como fue el existencialismo. En aquella primera época, Francia fue algo así como un laboratorio puntero, y los intelectuales franceses, los cobayas, de una situación extrema que los llevó a asumir los riesgos del compromiso político. Unos en defensa del fascismo; otros, los más grandes y persuasivos, antifascistas convencidos, sometiéndose a ciegas a la influencia soviética. En una Europa ideológicamente escindida en dos bloques no había espacio para una tercera opción. Uno de los bandos lo capitaneaban hombres fanatizados como Céline y Drieu La Rochelle; el de enfrente, Gide, Malraux, Aragon o Paulhan. Todos ellos aglutinados en el pequeño pero denso villorrio de la «rive gauche»; compartían calles, edificios, cafés, restaurantes, salas de reunión. Sin embargo, eran enemigos irreconciliables, combatientes apasionados de una batalla a gran escala planteada radicalmente en términos de destrucción y muerte. En el retrato de grupo que hace Lottman tienen cabida, por supuesto, la izquierda y la derecha. Pero lógicamente hay algo que destaca con inusitada fuerza propia, y otorga a la obra su enorme interés. Me refiero al papel que ejerció la Unión Soviética antes, durante y después de la guerra. En los años treinta desarrolló su poder de captación de los intelectuales progresistas a través de personajes como Ilya Ehrenburg o el astuto Willy Münzenberg. La adhesión a la causa antifascista no admitía fisuras. Y cuando Gide visitó la URSS y al volver publicó su célebre libro contando la verdad de lo que había visto, Gide fue borrado del mapa. Como se borraron las persecuciones y muertes de trostkistas en la guerra española, se silenciaron las reacciones de perplejidad ante el pacto germano-soviético o las horribles purgas de Stalin. Sólo después de la guerra el duro enfrentamiento estalinismo-antiestalinismo hará aflorar en toda su brutal magnitud la falta absoluta de escrúpulos del Partido Comunista, involucrando a servidores incondicionales como Aragon, Benda, Cassou o Sartre. Eran tiempos en los que cualquiera que osara cuestionar las consignas de Moscú inmediatamente se veía condenado al ostracismo. Camus fue uno de los ilustres sacrificados. No obstante, Camus ha visto reivindicada su lucidez por la historia. Otros siguen sepultados bajo toneladas de ignominia, víctimas de una tiranía sin escrúpulos que preludiaba su fracaso. Gracias al tesón de Lottman podemos tener ahora una idea global y en detalle de cómo actuaron en aquellos años un puñado de brillantes intelectuales que admirábamos. Pocos de ellos escribieron entonces sus mejores obras, lo que constituye un dato que tener en cuenta. Una de las excepciones fue precisamente Camus, el «rebelde» defenestrado. Bueno. El caso es que, aun en el yermo de hoy, lo que cuenta Lottman da vértigo. ¿Tuvo que ser aquello como fue? ¿Era razonable la entronización de la falsedad hasta tales extremos? ¿Tan poco ha importado la verdad al intelectual europeo de este siglo que hipotecó a ciegas su alma a cambio del descrédito? El libro se instala así en la conciencia inquieta del lector. Creo que sólo en ella concluye de veras su empeño ilustrador.

[Robert SALADRIGAS. «Cómo hipotecó su alma la intelectualidad francesa», in La Vanguardia (Barcelona), 16 de septiembre de 1994, p. 37]