✍ La sociedad cortesana [1969]

por Teoría de la historia

9789681611767El periodo comprendido entre los siglos XII y XVIII podría caracterizarse como el de una lenta transformación de las formas feudales. Entre los rasgos sobresalientes de ese periodo se cuentan la paulatina descomposición de la unidad europea -mantenida durante siglos mediante la supervisión religiosa y política de la Roma Pontificia- y el fortalecimiento del poder real. Esa reestructuración de las relaciones sociales y de sus espacios de poder fue acompañada por la extinción de la vieja y orgullosa nobleza de espada. Los últimos destellos de la sociedad feudal se concretaron en el esplendor de las monarquías absolutas. Esa situación intermedia entre el capitalismo y el feudalismo llevó, a la mayor parte de los investigadores, a estudiar a las monarquías absolutas desde la perspectiva de la transición entre dos épocas. Sin llegar a impugnar estas maneras de encarar el mismo objeto, Norbert Elias lo enfoca desde una perspectiva bastante diferente: lo que él llama «la sociedad cortesana», y que constituye el centro de interés del libro, será para él una específica configuración social que puede y merece ser estudiada con independencia de su carácter de pivote entre dos épocas. Ella es un objeto en sí mismo. Al mismo tiempo, la diferencia con otros estudios similares radica en la forma de encarar dicho tema. Elías se limita a estudiar a «las cortes». Es decir, a toda esa organización nobiliaria que se erigía en torno al rey. Apenas están mencionadas, en cambio, las relaciones que se iban estructurando en el territorio bajo domino directo de los reyes (y que ya anunciaban las posteriores fronteras de los Estados nacionales). Algunos de esos personajes que quedaban fuera de la configuración cortesana -los burgueses, por ejemplo- aparecen a veces, pero como sombras que merodean el entorno: la luz se centra en el rey y en los nobles cortesanos. Son ellos, y las relaciones que entre ellos se entablan, lo que será minuciosamente descrito. Sin que nos quede lugar a dudas, los historiadores, o aquellos que sientan interés por los estudios históricos, encontrarán satisfecha su curiosidad. Pero no sólo ellos se verán satisfechos. El libro nos acerca a un periodo importante de la historia europea. Pero también nos provee de los trazos fundamentales de un sistema teórico en el que es rechazada, explícitamente, una concepción de la historia como mero acontecimiento absolutamente irrepetible. Elías comienza justamente su trabajo planteando el tema de las relaciones necesariamente estrechas, entre el enfoque histórico y el enfoque sociológico. De hecho, una de las cosas que sorprende agradablemente durante su lectura es la actualidad del libro que reseñamos. El mismo fue escrito a principios de la década de los 30 y el tema, como vimos remite a la estructuración de lo que ha dado en llamarse monarquías absolutas; es decir, nos remonta a un proceso ocurrido entre los siglos XVII v XVIII. Su actualidad pues, no es el fruto ni de la época en que se escribiera ni del proceso que reconstruye. Su actualidad es la actualidad de una manera de hacer historia y de hacer teoría social. Hace ya un tiempo que los sociólogos (y especialmente los sociólogos de izquierda) han vuelto los ojos y han retomado las líneas principales de una manera de hacer teoría que estuvo vigente en la Europa de los comienzos de este siglo. Nos referimos a aquella época de florecimiento del pensamiento neo-kantiano, entre los que se destacó claramente Max Weber; la época en que se destacaba nítidamente en el pensamiento segundo internacionalista la producción del austro-marxismo, que contuvo a autores de la envergadura de Max Adler. La época de un debate fructífero entre distintas corrientes teóricas y en la que lo predominante, al abordar lo social, era el privilegio teórico atribuido al conflicto. Por entonces, como hoy, las filosofías de la historia estaban en franco y saludable retroceso y aún no se habían impuesto ni las resignadas ni las entusiastas teorías de la integración social. Esos aires están presentes en la forma de teorizar de Elías y, por la pericia con la que afronta la tarea, La sociedad cortesana es un libro de gran interés para todos aquellos que de una manera u otra, se interesan por las ciencias sociales. La decadencia de la antigua nobleza feudal se produjo, como ya es suficientemente sabido, por la confluencia temporal de dos principales series de acontecimientos. Ellos fueron los siguientes: a) un prolongado periodo inflacionario que contribuyó a desvalorizar a todas las rentas fijas de origen feudal; y b) cambios en la tecnología bélica que tornaron inadecuadas a las viejas formas de la guerra en la que los nobles cumplían un papel fundamental. La abundancia de oro y plata provenientes de América y de la explotación de las minas de plata de la Europa Central (reactivada después del descubrimiento de un nuevo método para separar a la plata del mineral de cobre) trajo aparejada una abundancia de metales preciosos que contribuyó a su desvalorización y a un consecuente incremento de los precios. Esa inflación pudo ser sobrellevada tanto por la burguesía como por los reyes pero no por los señores feudales, que tuvieron grandes dificultades para transformar sus rentas en especies en rentas variables en dinero. En esas condiciones, la nobleza fue empobreciéndose. Razones por las cuales se menguaron notablemente sus capacidades para enfrentar los esfuerzos concentradores del poder real. Esas dificultades se incrementaron con la aparición de los cañones de bronce (y la generalización del uso de las armas de fuego en sus diferentes tipos), que tornaron inadecuadas tanto a las armaduras como a las sólidas defensas de02177731z los castillos feudales. Las viejas tropas, conformadas principalmente por nobles que colaboraban con sus propias cabalgaduras y demás pertrechos, fueron reemplazadas con éxito por los ejércitos mercenarios; ejércitos que casi podían ser organizados por los reyes dado su alto costo. Las guerras civiles del siglo XVI, parecieron rejuvenecer en Francia el poder de la nobleza guerrera. Pero éste fue su último momento de esplendor. Las riquezas obtenidas como botín de guerra se extinguieron rápidamente y volvió a predominar la pobreza junto con la creciente impotencia bélica. A diferencia de lo que ocurría con los señores feudales, las fuentes pecuniarias del rey se limitaban a sus rentas feudales. Con el correr del tiempo, la monarquía fue imponiendo su sistema centralizado de recolección de impuestos. Esto permitía un ajuste más rápido y efectivo al ritmo inflacionario y contribuyó a centralizar las riquezas en la corte. Al mismo tiempo, los cargos burocráticos, que se multiplicaron con la centralización del poder, fueron vendidos a los miembros más afortunados del patriciado burgués. Esto último, permitió incrementar aún más las riquezas del poder central y, al mismo tiempo, sirvió para crear una nueva capa de nobles, la nobleza de toga, que les permitió a los reyes limitar su dependencia de la nobleza de espada y crear un equilibrio de poderes en el que salía favorecido. Ante la pérdida de sus fuentes de recursos, la nobleza de espada pasó a depender de las rentas en dinero y de los cargos burocráticos distribuidos graciosamente por el rey. De esta forma, el sujetamiento estaba casi totalmente asegurado pues, si las rentas en especie ligaban a los nobles a la tierra y lo alejaban de la corte, las prebendas reales, que podían serles retiradas a sus beneficiarios de un día para el otro, acercaban a los nobles a la corte real y les ponía como preocupación cotidiana el mantener el favor del rey. El efecto de todo ese proceso de centralización del poder y de reestructuración de los equilibrios sociales posibilitó, al fin, el paso a una nueva configuración social. Elías la llama: sociedad cortesana. Explicar el poder absolutista como el efecto de un equilibrio inestable de poderes no es el aporte que permite destacar la originalidad del estudio de Elías: Engels y Marx ya habían recurrido a esa explicación y continuaron usándola muchos autores posteriores. Tampoco es original el ubicar ese balance entre los polos de una burguesía en ascenso y una nobleza en decadencia. En realidad, el real aporte del autor reseñado comienza a partir de ese punto. Elías se detiene en la compleja estructura de las relaciones surgidas en el seno de la corte. Entrando en el tema desde muy diversas perspectivas, Elías trata de mostrarnos no sólo la típica organización de las cortes sino también la compleja estructura de interdependencias que le son características. Con este propósito parte desde las formas más aparentes en que se expresa dicha configuración para llegar a sus significados más profundos. Entre esas formas más aparentes (aunque no por ello más conocidas por los teóricos sociales), Elías estudia el carácter y la disposición de las estructuras habitacionales; la vivienda es presentada en su aspecto de manifestación espacial de aquellas específicas relaciones sociales. Cada uno de los diversos tipos de construcción expresaba, con rigurosidad, las rígidas estratificaciones de poder y de prestigio que articulaban a la configuración cortesana: entre los «hoteles» y los «palacios» se extendía una amplia gama de construcciones, cada vez más extensas y lujosas, que expresaban estrictamente el lugar en que se encontraban sus habitantes en la jerarquía de estatus y de prestigio. Esa misma relación típicamente cortesana vuelve a manifestarse en las formas de la «etiqueta» y del «ceremonial»; ambos, «símbolos y medios de expresión de las diferencias de rango y de poder» y, en esa medida, actuados con refinada rigidez y solemnidad. Ese mismo estudio le sirve al autor para mostrar más de cerca qué tipo de personajes eran tanto los nobles como los reyes y la manera en que se fue organizando la relación entre ellos. Una vez cerrada la etapa en que la nobleza feudal confirmaba sus derechos estamentales mediante su propia fuerza bélica y económica, la nobleza comenzó a vivir en la corte. Fuera de ella, lo que inexorablemente le aguardaba era una vida de pobreza acompañada, en el mejor de los casos, por el recuerdo de antiguas glorias. Recuerdos que no alcanzaban a balancear el prestigio y las riquezas crecientes de los diferentes sectores de la burguesía. Por eso es que Elías puede decir de ellos: «No asistían a la corte porque dependían del poder del rey, sino que seguían dependiendo del rey porque sólo continuando en la corte y viviendo en la sociedad cortesana podían conservar aquella distancia respecto a todos los demás, de la que dependía la salvación de sus almas, su prestigio como aristócratas cortesanos y, en una palabra, su existencia social y su identidad personal». Una vez creada, la corte se reproducía como un espacio sin salida; fuera de ella crecía una nueva sociedad. Entender el sistema de interdependencias propio de la corte supone comprender la singularidad del «ethos» cortesano, bien diferente del «ethos» que se estaba forjando en las ciudades. En el primero, aunque las bases de los diferentes símbolos de prestigio pudiese tener valor económico, éste no significaba para los cortesanos una estricta acumulación de riquezas (que en cualquier momento podían dilapidar) sino principalmente una concentración de prestigio. En la corte,lo que se intercambiaba, envidiaba, evaluaba y jerarquizaba, eran la estima y el prestigio. Solamente aceptando esa idea es que uno puede introducirse hoy en el sentido de los diversos juegos e intercambios cortesanos. Solamente así se puede entender el estricto control mutuo a que todos se sometían; en el que cada quien observaba y evaluaba detenidamente la vida de todos los circundantes; en el que se medían las respectivas situaciones de prestigio y mediante el cual cada uno alteraba su conducta en relación a los otros tratando de lograr un ascenso en el prestigio personal o en el favor real, transformándolo todo en objeto de la propia manipulación. Aunque la competencia no era estrictamente monetaria sino de prestigio, la lucha no era menos cruel y despiadada; en ella lo importante era ocultar y dominar los afectos y los propios impulsos; lo que estaba en juego era el posible ascenso pero también el peligro de la desgracia imprevista, por esto lo importante era actuar en el momento y con la actitud acertada, ocultando siempre el propio motivo de la acción para evitar cualquier trampa y poder tenderlas. En ese extremado sentido del cálculo, Elías sitúa una de las fuentes del racionalismo de la llamada ilustración, en combinaciones diversas con el racionalismo de los burgos. La corte es un complejo sistema de oposiciones. El rey era el árbitro inapelable en esas pugnas. Pero también contribuía a que ellas se sostuvieron pues de 51ZHrsxZkML._SL500_AA300_ellas dependía en gran medida la indiscutibilidad del poder. Luis XIV fue el prototipo más definido de un rey absoluto y cortesano. Por ello, es a su estudio que Elías dedica la parte fundamental de :;u libro. Luis XIV llegó al reinado en el periodo en que la sociedad cortesana ya se había constituido en lo fundamental; por ello, el joven rey debió dedicarse casi exclusivamente a consolidarla. Sus cualidades personales, apagadas en muchos otros aspectos, fueron sumamente adecuadas para esa tarea de consolidación de la configuración social en la que él ocupaba el lugar más elevado. Es en esa relación entre cualidades personales y las exigencias de un papel social en el interior de una cierta configuración, donde se pone en juego uno de los postulados teóricos principales de Elías. La relación individuo-sociedad es presentada como la relación de ciertos hombres, con determinadas aptitudes y limitaciones, y una circunstancia social, una estructura de relaciones, que determina los límites tanto de sus oportunidades como de sus obligaciones. En cada configuración social, son ciertas aptitudes las que se valorizan, las que permiten el triunfo. Tal es el caso de Luis XIV, cuya personalidad, cercana a lo paranoico, resultó útil en la tarea de centralización del poder y consolidación de la sociedad cortesana. Temeroso de la capacidad subversiva de los nobles, cosa que le había tocado experimentar en los todavía turbulentos años en que transcurrió su juventud, se dedicó a controlar personalmente la vida de todos los que poseían algún título nobiliario. El mismo tomó a su cargo los principales asuntos de la política interna y externa sin dejar a sus ministros más que tareas secundarias de dirección y control. Es así como pudo decir, frente a los adversarios que reivindicaban cierta autonomía del aparato burocrático: «el Estado soy yo», desechando de esa manera cualquier norma o costumbre que pudiese controlar su omnímoda voluntad. Luis XIV llegó, de esa manera, a conformar un régimen patrimonial en una de sus formas más acabadas. El libro de Elías se cierra con un análisis de lo que el autor llama el «romanticismo aristocrático». Los textos literarios, como antes lo habían sido las estructuras habitacionales, le sirven al autor como síntoma y testimonio. Hacia el siglo XVIII, una puerta se había cerrado en la evolución de la historia francesa. La nobleza cortesana percibía ya, con absoluta claridad la imposibilidad de volver a los viejos usos y costumbres. La máscara cortesana se les había incrustado definitivamente en la propia piel. La consolidación de la nueva configuración social, no afectó sólo a las relaciones entre sus componentes individuales; los mismos fueron afectados en su identidad. Pero esa nueva identidad y esas nuevas relaciones trajeron consigo reglas estrictas y asfixiantes. La salida frente a ellas estuvo, entre otras cosas, configurada por una huida simbólica. La poesía y la novela fueron los vehículos privilegiados de esa huida. En ellas apareció la añoranza de un mundo campesino idealizado y deformado por la ilusión. Una de esas manifestaciones de la añoranza fueron las novelas de caballería satirizadas por Cervantes. Y, más tarde, las aventuras bucólicas de los pastores y las ninfas. Elías dice: »Las funciones que las imágenes de la vida campestre cumplían en la sociedad cortesana del Ancien Régime, ejemplifican el papel de la añoranza por una época anterior perdida como contrafigura de las coacciones y carencias del propio tiempo. Con el recuerdo de una sencilla vida campestre se asocia con frecuencia el ideal de una libertad y espontaneidad que existieron un tiempo y que ahora se ha esfumado». Así resume Elías su interpretación del romanticismo aristocrático. El discípulo de Manheim, retoma con trazos agudos las líneas fundamentales de la sociología del conocimiento para completar su cuadro de la sociedad cortesana. Y como se ve en su pintura, las nuevas puertas que se abrían en la9780394716046 sociedad francesa del siglo XVIII contenían, como forma precaria de huida, las sombras de las sociedades anteriores. Pero esas ilusiones, conscientes de sí, fueron al mismo tiempo otro síntoma de distanciamiento con lo real: ¿qué es lo verdadero y qué lo ilusorio en una sociedad en la que se reunían el ocultamiento en las relaciones con los demás y la huida ilusoria frente a la realidad cotidiana? Frente a esos distanciamientos que invadían la sociedad cortesana sólo quedaba, como en Descartes, el reconocimiento del propio pensamiento como punto de partida más o menos firme. Ese retorno al yo individual en la sociedad cortesana confluía con otras formas de individuación vigentes en los burgos. Sintetizando en brevísimos trazos los elementos principales de su enfoque teórico podemos decir lo siguiente. La sociedad cortesana es vista por Elías en tanto configuración. El mismo aclara que prefiere ese término al de estructura social pues en este último concepto privilegia lo integrado sobre lo conflictivo. En tanto configuración social, la sociedad cortesana es el resultado de un cierto equilibrio momentáneo de fuerzas; relaciones de fuerzas que se han estabilizado temporalmente aunque esto no niegue que en su interior se producen transformaciones (más o menos perceptibles) que llevarán a esa configuración social a su transformación definitiva creándose nuevos sistemas de poder e interdependencias. Como buen alumno de Weber, Elías pretende «comprender» la racionalidad propia de esa configuración. De allí su esfuerzo por caracterizar el «ethos» cortesano. Sabiendo que una configuración social no se manifiesta sólo por formas típicas de relación entre las personas sino, también, por la conformación de identidades determinadas; en el interior de un sistema de premios y castigos que no sólo son exteriores a los individuos sino que han sido positivamente internalizados por ellos y por eso son efectivos. Según Elías, sólo el estudio en profundidad de una configuración social permite avanzar El! conocimiento teórico. Pues dicho estudio permitirá comparaciones con el «ethos» y formas de otras configuraciones sociales posibilitando al encontrar analogías y diferencias avanzar en la comprensión de la historia humana

[Homero SALTALAMACCHIA. «La sociedad cortesana», in Revista Mexicana de Sociología, vol. XLVI, nº 2, abril-junio de 1984, pp. 429-435]